miércoles, mayo 10, 2006

Georges Perèc o la literatura como juego

Georges Perec, uno de los escritores más innovadores del siglo XX, nació en París, en una familia numerosa y políglota de judíos polacos. Su primera infancia está marcada por la ocupación nazi de Francia. Su padre, que combatió en la Legión Extranjera, murió en batalla al comienzo de la II Guerra Mundial. Su madre fue asesinada en un campo de concentración cuando él tenía seis años.

Apasionado de las palabras cruzadas, los acrósticos y los juegos de la imaginación, Perec fue el creador de los crucigramas semanales de la revista “Le Point”, escribió guiones de cine, poesía, ensayos literarios, piezas teatrales. La creación literaria de Perec es un esfuerzo de renovación, originalidad y experimentación. “Las cosas”, escrita en 1965, obtuvo el Premio Renaudot y “La vida, instrucciones de uso” (1978), que recibiera el premio Médicis, es considerada una obra maestra.

Fue uno de los máximos representantes -junto a Raymond Queneau y François Le Lionnais- del grupo OULIPO -Ouvroir de Littérature Potentielle- (grupo de investigaciones de literatura potencial) cuyo propósito era proporcionar formas literarias susceptibles de promover creaciones novedosas.

En palabras de Le Lionnais "el fin de la literatura potencial es nutrir a los futuros escritores de técnicas nuevas que puedan reservar la inspiración de su afectividad. De ahí la necesidad de cierta libertad". Se trata, según Queneau, de determinar "todo un arsenal al que el poeta pueda acudir y escoger cuando tenga ganas de salir de la llamada inspiracion".

Las tres fórmulas características del Oulipo que son el lipograma, la translación léxica -o S+7- y la literatura definicional, recorren la obra de Perec. Un ejemplo de lipograma es el de hacer desaparecer la letra "e" de una novela entera –como en "La desaparición"[1]- o escribir otra con la misma letra como única vocal, como en "Les revenents".

La translación léxica consiste en partir de un texto base, literario o no y, con ayuda de un diccionario, reemplazar en él cada sustantivo (S) por el séptimo (7) que se encuentre en el diccionario elegido contando a partir del sustantivo, si bien esta fórmula puede ser sometida a innumerables modificaciones, resultando de ellas textos con estructuras reales pero significados disparatados. Así es como un texto como "España se constituye en un Estado social y democrático de derecho, que propugna como valores superiores de su ordenamiento jurídico, la libertad, la justicia, la igualdad y el pluralismo político" se convierte en "España se constituye en un estafador social y democrático de derivación, que propugna como valkirias superiores de su ordeño jurídico la libidinosidad, el justiprecio, la ijada y la plutocracia política", esta vez por medio de un S+4 perpetrado por oulipianos españoles.

Por último, la literatura definicional sustituye cada palabra significativa por su definición en el diccionario y se repite la operación hasta el infinito. Esta búsqueda se concretaba, así, en un trabajo que, según se ha dicho, "no aspiraba al protagonismo de la "creación" sino que se quedaba en la reflexión y en la elaboración de fórmulas previas al acto de la escritura" 20. Tales virtuosismos encuentran en el ordenador un instrumento ideal para sus fines combinatorios, tal como escribió Bénabou sus artificiales aforismos del tipo "Hacer de tripas corazón que no siente", "haz bien y no le mires los dientes" o "a mal tiempo no entran moscas".

Para Perec –según señala David Pérez García -: la literatura es una función lúdica, y es que el juego es un elemento constante en "La vida instrucciones de uso", quizá porque lo lúdico es la única concesión a la alegría que puede permitirse un existencialista o lo que Perec fuera en realidad. Y es que, como se ha escrito, "todo parece indicar que Perec se divirtió escribiendo". Perec se toma como un juego la vida y la Literatura. La vida, como quien ríe por no llorar, entregado a lo que ha sido calificado como "alegría rabelesciana". Y sólo quien logra perder un cierto respeto a la Literatura puede tomársela como un juego. Baste para sondear el nivel de este respeto el hecho de que Perec encuentre "una relación profunda" entre el texto y "el vientre que se alivia", por lo que juzga aconsejable leer en el cuarto de baño igual que Luis XIV "daba audiencia en su silla retrete".


El juego está presente en Perec desde su más elemental plasmación en "el arte del puzzle", en el golf, en el dominó, en los acertijos de la secta de "Los tres hombres libres" o de "La ola blanca", en las progresiones geométricas, en los solitarios, en ese otro llamado "chaquete" al que jugaban Winckler y Morellet en el café Riri, o en tantos otros, hasta en los esquemas más profundos de su propia creación. De hecho, lo lúdico es el principal rasgo de la misma. Un rasgo que le permite escribir la citada novela en la que ha desaparecido totalmente la letra "e" o desafiar con denuedo cualquier límite de la escritura. Otras veces, y es fácil imaginar las dificultades de un traductor para conservar este artificio, las "a" situadas estratégicamente en cada línea terminan por trazar una diagonal.


El mundo de Perec está constituido por una forma de observar lo cotidiano, su pasión por el relato y su tendencia autobiográfica, y en donde puede encontrarse desde una enumeración insólita de lugares donde guardar libros o índices históricos, hasta un esquema sorprendente sobre la historia y tipología de las gafas o un inventario inoportuno de recetas más o menos sofisticadas. Pero todo ello no es sino el instrumento para el gran juego de la escritura, un juego entendido como abandono de los designios humanos al azar. Por eso el ciclista Lino Margay confía el destino de su vida a un alfiler que clava sin mirar en un mapamundi.


Otra peculiaridad radica en invitar al lector a colaborar con el experimento del autor. Tal es el caso de Je me souviens (Yo me acuerdo), libro publicado en 1978 y reeditado en varias ocasiones, compuesto por ochenta anotaciones que comienzan todas con las tres palabras del título (Yo me acuerdo), y que no alcanzan nunca las diez líneas. Juan Bonilla –seguidor de la obra de Perec- dice al respecto:

Casi se podría utilizar el libro de Perec para hacer un austero recorrido por lo que fue el siglo XX. Perec se propone sólo enunciar el esqueleto de una serie de recuerdos: el resultado es una larga lista que literariamente es puro hueso, un esquema que solicita del lector que sea él quien ponga la carne si quiere hacerlo o sencillamente se conforme con el inventario que ha reducido la memoria del autor. Por que el lector de Je me souviens es tratado por Perec como un distinguido colaborador, casi el co-autor imprescindible para que el libro tan aparentemente debido a la mera ocurrencia cobre su sentido final. De hecho, en todas las ediciones que he visto de Je me souviens, el editor, a petición de Perec, agrega unas páginas en blanco invitando a los lectores a que contribuyan al experimento del autor, escribiendo sus propios "me acuerdo". (...)

Recuerdo que después de leer el libro por vez primera, me dediqué a manchar una libreta con mis "me acuerdo": cuando dispuse de más de cien, elegí los treinta mejores para copiarlos en las páginas en blanco que se añadían al final en el libro de Perec. Es un ejercicio que recomiendo a todo escritor que presienta atravesar por una etapa de bloqueo. "Me acuerdo del Skylab", anoté entonces y, meses después, al repasar mi lista de recuerdos, tiré de esa anotación y escribí un relato sobre aquel cohete sobre el que la NASA perdió el control. "Me acuerdo de Underground de Emir Kusturika", "me acuerdo del mono azul que fue el primer regalo que le hice a mi sobrino", "me acuerdo de todos los años que me diste aquella noche".

Por último, al final de la crítica elogiosa que emite Lector Ileso sobre “Especies de espacios”, cita una frase del prólogo que me gustó y que pego a continuación:



"Vivir es pasar de un espacio a otro haciendo lo posible para no golpearse."