sábado, enero 07, 2006

La moda en la posmodernidad. Deconstrucción del fenómeno fashion


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El tema de la moda lejos de ser un asunto meramente banal constituye un documento estético sociológico que da clara cuenta de las sensibilidades de una época, en particular de la voluntad de ruptura e innovación o, por otra parte, de férreo conservadurismo, quedando definido el asunto del vestir como un asunto sustancialmente político. La moda ésta en la calle y por lo tanto es parte constitutiva de la res pública. Por ello, este artículo, al intentar dar cuenta del fenómeno fashion, supone ampliar la reflexión –más allá del asunto relativo al vestir– al contexto sociocultural y antropológico que supone.

La moda ha pasado a formar parte de las preocupaciones políticas asociadas a la democratización. La idea de que las sociedades contemporáneas se organizan bajo la ley de la renovación imperativa, de la caducidad orquestada, de la imagen, del reclamo espectacular y de la diferenciación marginal fue desarrollada –principalmente– en Francia por autores situacionistas como Debord y los teóricos más atentos a los fenómenos de la modernidad tardía, los así llamados profetas de la postmodernidad, a saber Lipovetsky y Braudrillard.

Por su parte M. Kundera se concentra en la imagología, es decir, la capacidad de creación de simulacros y sucedáneos, como el milagro materialista de nuestro tiempo.

El devenir moda de nuestras sociedades se identifica con la institucionalización del consumo, la creación a gran escala de necesidades artificiales y a la normalización e hipercontrol de la vida privada.

Desde el periodo de entreguerras, con el surgimiento del “prêt à porter”, la moda del vestir no ha hecho más que avanzar en un continuo proceso de democratización.

En este sentido, la moda es un instrumento democrático que pretende lograr el consenso social, un medio, por otro lado dudoso, pues bajo la apariencia de una gran pluralidad y liberalidad genera una indiscutible homogeneidad.

La sociedad de consumo supone la programación de lo cotidiano; manipula y determina la vida individual y social en todos sus intersticios; todo se transforma en artificio e ilusión al servicio del imaginario capitalista y de los intereses de las clases dominantes. El imperio de la seducción y de la obsolescencia; el sistema fetichista de la apariencia y alienación generalizada [2].

La moda como espectáculo. Relaciones entre individualismo, frivolidad y poder
En las sociedades contemporáneas las novedades se han abierto paso a golpes de botas de cuero. Una fantasía individual, seguida por modelos anoréxicas, acompañadas de bandas rock y andróginos super-star. La autonomía de esta estética y de sus agentes sociales –los diseñadores– los nuevos gurús del poder de las apariencias (J.P. Gaultier, Alexander McQueen, Vivienne Westwood, John Galliano, etc.) han convertido el estreno de cada nueva colección en uno de los eventos más distintivos de la sociedad del espectáculo, en un fenómeno mediático que “pone en juego esa tensión radical entre un aparente individualismo, y una sutil masificación y alienación”[3].

El imperio de las marcas y el desfile de quinceañeras uniformadas en todo el mundo, son grupos que hacen de la moda “alternativa” otro objeto de consumo.

Por otra parte, cabe notar que, paradojalmente, un exceso crítico frente al carácter alienante de la moda, se convierte el mismo en una moda –postura o impostura – para uso de la clase intelectual.

Fashion y espectáculo
En algunos países se usa la expresión una “mujer producida” para referirse a aquella que ha fabricado o construido su imagen, ya sea con el maquillaje o el vestuario, en definitiva por el claro acento de su “look”. La expresión “producción” en este caso está asociada a los “productores” –de imagen– que se mueven en el mundo del espectáculo.

Cuando la moda accede a la modernidad se convierte en una empresa de creación –o producción– pero también en espectáculo publicitario.

Frente a la alta costura surge el “prêt–à–porter”, lo cual no significó en absoluto una democratización de la moda, sino más bien uniformidad o igualación de la apariencia; nuevos signos más sutiles y matizados, especialmente firmas, cortes, tejidos, fibras, continuaron asegurando las funciones de distinción y excelencia sociales. La democratización significó una reducción de los signos de diferenciación social, a criterios como la esbeltez, la juventud, el sex-appeal, la comodidad, la naturalidad y cierto minimalismo. La moda, en este sentido, no eliminó los signos de rango social, sino que los reemplazó promoviendo referencias que valoraban más los atributos de tipo más personal como los referidos, esbeltez, juventud, etc.

medium_andywarhol.jpgPese a lo anterior podemos citar algunas estrategias para burlar estos nuevos imperativos. Andy Warhol en Mi Filosofía... señala que decidió “tener canas para que nadie pueda saber qué edad tenía y parecer más joven de lo que los otros creyeran que sería”[4]. Su argumento era que ganaba mucho volviéndose canoso, pues todos se sorprenderían de lo joven que parecería y se sacaría de encima la responsabilidad de actuar como un joven: podría ocasionalmente caer en la excentricidad o en la senilidad y nadie opinaría al respecto dado su cabello canoso. “Cuando tienes canas –señala Warhol–, cada movimiento que haces parece joven y ágil en lugar de ser sólo normal”.[5] Así pues, Warhol, se tiñó el pelo de blanco a los veinticuatro años.

El cuerpo como experimento
Volviendo a nuestra reflexión acerca de los cambios en los signos de status social promovidos por el imperio de la seducción, debemos atender a las exigencias que la moda hace al cuerpo, convirtiéndolo en un escenario de representación.

Estos cambios nos convierten en “primitivos modernos”. No cesamos de forzar los límites naturales del cuerpo para hacerlo más bello y deseable.

Según las culturas, se forma o se deforma la anatomía en una serie de experiencias dolorosas, que son parte integrante de nuestra civilización.

De todas las alteraciones corporales el tatuaje es la más extendida. Los “primitivos modernos” imitan a los auténticos primitivos inventando nuevos diseños que pueden llegar a cubrir todo el cuerpo.

Al modo como cuando a una muchacha de Etiopía se le introduce un disco de tierra cocida o de madera en el labio inferior. Cuanto mayor es la superficie en forma de plato, más bella y cara es la mujer. Al mismo tiempo ¿cuánto puede valer una modelo occidental que se ha engrosado los labios con inyecciones de silicona?

Los Ibitoes de Nueva Guinea valoran las cinturas angostas y para ello las comprimen con tiras de tela y madera. En nuestra sociedad un talle muy fino ha constituido el ideal de la belleza femenina.

Como se ve, al igual que el arte, la moda sigue las leyes del progreso técnico y se hace autónoma respecto a la belleza. Para el caso del vestir, por ejemplo, comprobamos en la actualidad la autonomía del vestido respecto al cuerpo –el caso tan conocido del tallaje– y respecto del diseño e incluso respecto del vestir mismo: las últimas tendencias consisten justamente en deconstruir el vestido[6].

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En las fiestas de máscaras, también especie de ceremonias rituales vigentes aún en las sociedades contemporáneas, las personas parecen haber elegido cuidadosamente su disfraz y esa noche aunque sólo sea mientras dura la fiesta, serán aquello que siempre han querido ser. Se han librado de su disfraz cotidiano –del aspecto habitual que llevan al trabajo todos los días– y han decidido adoptar un aire seductor o trasgresor. El estado final de la metamorfosis es el personaje. Los simulados “punks” se han metamorfoseado en auténticos transgresores porque a su careta (personaje) le están permitidos todos los excesos que a ellos les están vetados. Una forma atávica y ritual de liberarse de los miedos e inhibiciones.

Un espectador distanciado tendría una curiosa sensación: la de que todo esto bien podría tratarse de una reunión en un local de moda: una pasarela. Aunque desde una óptica más antropológica, en las fiestas de máscaras podríamos encontrar también –siguiendo nuestra híbrida categoría del “primitivo moderno”– resonancias tribales.

La metamorfosis ha sido desde siempre una de las obsesiones recurrentes del ser humano y a menudo representa, de forma patente y brutal, el deseo implícito de subvertir lo establecido. Asociado a ella se puede adivinar el engaño, la apariencia, en otras palabras el disfraz.

Es necesario, sin embargo, distinguir entre metamorfosis e imitación: la metamorfosis es percibir como propias las características del otro, una posición cómoda de usar y tirar.

Lo peligroso de todo disfraz es que es posible acabar por encontrarse en la complicada y ambigua posición del travestido.

La metamorfosis en un ser del sexo contrario –o su imitación– es una de las más extendidas en la historia de la humanidad (la más básica pareja de opuestos). Se trata de esas mujeres con tacones altos y maquillajes exagerados, esos hombres con barbas y brazos inundados de tatuajes –sin duda calcomanías socorridas que mañana desaparecerán con agua –. Son las Marylyn’s y los marineros; no son hombres ni son mujeres, son la esencia de lo masculino y lo femenino, son lo narrativo del estereotipo.

Sin embargo, el estereotipo es una categorización reducida a sus rasgos más grotescos, esto es, a una caricatura. De modo que ser estereotipado es vivir una “identidad” clausurada por la mirada generalizadora y etiquetadora del otro. Como dirá Sartre “el otro es una mirada de la cual soy objeto”[7] y a través de ella logro mi objetividad.

La teatralidad de la vida social
Nos vestimos al caer en la cuenta de que estamos presentes ante otros, que son ajenos a nuestra (propia) interioridad. Ante esa mirada del otro configuro mi exterioridad como expresión de lo que soy. Esto nos enriquece, porque añade a nuestro ser corporal nuevos significados que expresan la riqueza interior, dándole así a nuestra apariencia (externa) una gran profundidad.

La constitución de nuestra identidad, como intento mostrar, tiene lugar desde la alteridad, desde la mirada del otro que me objetiva –que otorga consistencia a mi ser –, que me convierte en espectáculo. Ante él estoy en escena, experimentando las tortuosas exigencias de la teatralidad de la vida social.

Lo característico de la frivolidad es la ausencia de esencia, de peso, de centralidad en toda la realidad, y por tanto, la reducción de todo lo real a mera apariencia.

El éxito de la identidad prefabricada[8] radica en que cada uno la diseña de acuerdo con lo que previsiblemente triunfa –los valores en alza–. La moda, pues, no es sino un diseño utilitarista de la propia personalidad, sin profundidad, una especie de ingenuidad publicitaria en la cual cada uno se convierte en empresario de su propia apariencia.

El vestir dice algo de nosotros, pero no nos devela completamente, de modo que siempre queda algo por conocer. El vestido es un texto –un discurso – que debe ser leído, que se dirige a alguien; por eso es fundamental el punto de vista del observador.

El vestir es la mediación necesaria para el trato social. Nos da la posibilidad de entrar en diálogo con los demás en la clave que hayamos propuesto en cada caso. De modo tal que los demás se dirigen a nosotros según nos presentamos.

El vestir es una invitación al dialogo y, más precisamente, al tipo de dialogo que buscamos. Puede ser solamente una sugerencia, este es el caso de la elegancia.

La elegancia no es el lujo o la ostentación, y ni siquiera la riqueza del vestido, sino que es la finura en el trato con los que nos rodean; la elección adecuada para el dialogo adecuado con la persona adecuada.

La desiconización del símbolo
Pese a lo anterior, existen estrategias, alambicadas, algunas curiosas, otras para escapar al estigma del estereotipo o a las identidades prefabricadas. Una de ellas, por ejemplo, es la practicada por los hombres gay que se redefinen a través de sus propias estrategias de grupo –retomando modelos que pertenecían a una subcultura homosexual – y recuperan una identidad de macho, “passé” entre los heterosexuales de los ochentas, para rebelarse a un tiempo contra el estereotipo que de ellos tiene el grupo dominante y diferenciarse de ese grupo justamente a través de atributos que no deberían corresponder con la forma en que la sociedad tiende a verlos: afeminados.

En un momento histórico en que los hombres heterosexuales se replantean los símbolos de su masculinidad colectiva, éstos son retomados por los homosexuales como distintivo de grupo, en el fondo como “parodia de la masculinidad”[9]. En el ejemplo comentado se asiste a la desiconización del símbolo: el bigote ya no está ligado al concepto de virilidad que la cultura dominante tiene, sino que pone la misma en entredicho; cualquiera puede ser viril, basta con pegarse un bigote. Este no es un heterosexual potente, pero tampoco es una mujer masculinizada, sino otro producto totalmente nuevo que replantea la esencia de las construcciones culturales al uso o sus implicaciones pasadas.

Tenemos, pues, que una característica de los movimientos contraculturales, suele ser la androginización de las personas dentro de un determinado grupo.

Si examinamos la cuestión de símbolos idénticos empleados como metáforas diferentes centrándose en un caso contracultural concreto, la iconografía lesbiana (como otro ejemplo), su propuesta se centra en el cambio que los símbolos masculinos sufren dentro de esta iconografía, aunque se sigan leyendo de idéntico modo desde la mirada dominante (desde el poder), incapaz de percibir las sutilezas de lo que está fuera de ella o deseosa de ignorarlas.

Entre los variados métodos para intentar burlar el imperio de la moda, los dictámenes de lo efímero, el poder de la estereotipación de la sociedad de consumo y la caducidad impuesta por la publicidad; en definitiva, para escapar a estos esquemas de dominación y al condicionamiento de la existencia –¿Cómo vestirse? ¿Cómo alimentarse? ¿Qué leer? ¿Dónde ir?– o, al menos, parecer lograrlo, podemos encontrar una curiosa estrategia: el empleo de un “dispositivo anti-masificación”, esto es un pequeño accesorio de moda añadido a un atuendo, por otra parte conservador, para demostrar que todavía se posee un destello de individualidad: corbatas retro de los años cuarenta y pendientes (en hombres), chapas feministas, anillos en la nariz (en mujeres), y la ahora casi extinta cola de caballo pequeña (en ambos sexos)[10].

Los “Media” –la información – provoca la deriva de las convicciones, la alineación, la imposibilidad de los individuos de reconocerse como sí mismos en las sociedades del spot y la fluctuación de los gustos.

Ante esto, la filosofía de Warhol– nos propone la táctica de conservar el estilo, tanto en los tiempos de alza, como en los de baja. “Cuando una persona es la belleza del momento y su aspecto está realmente al día, y entonces cambian los tiempos y cambian los gustos, y pasan diez años, si mantiene exactamente el mismo aspecto –señala Warhol– y no cambia nada y se cuida, sigue siendo una belleza. Los restaurantes Schraff fueron la belleza de su tiempo; luego quisieron mantenerse al día y se modificaron y renovaron hasta que perdieron todo su encanto y fueron comprados por una gran empresa. Pero, de haber mantenido el mismo aspecto y el mismo estilo y de haber aguantado durante los años de baja en que no estaban a la moda, hoy serían de lo mejor. Debes conservarte igual –aconseja Warhol– en períodos en que tu estilo ha dejado de ser popular porque, se es bueno, volverá y una vez más serás reconocido como una belleza.”[11]

El vestido. De lo estético a lo político
Cómo he expuesto, el tema de la moda, o el fenómeno fashion, lejos de ser un asunto meramente banal constituye un documento estético sociológico que da clara cuenta de las sensibilidades de una época, en particular de la voluntad de ruptura o innovación y otra de férreo conservadurismo, quedando definido el asunto del vestir como un asunto sustancialmente político.

Como lo señala T. Veblen[12] el corsé “es sustancialmente una mutilación que la mujer debe soportar con la finalidad de reducir su vitalidad, provocándole forma cara y duradera su inviabilidad (su “invalidez”) para el trabajo… viéndose compensada con creces con lo que gana en reputación”, en demostración de riqueza, y, justamente como apariencia, y como eficaz obstáculo para cualquier esfuerzo útil, como el zapato de tacón aguja.

Ahora bien, la mujer trabajadora no utilizaba el corsé sino como imitación y lujo festivo.

Hay que decir también que a la necesidad de ostentación de los poderosos siguió –al final del Medioevo, y con el acceso al poder temporal de una nueva clase de mercaderes, la burguesía –, la exigencia de una apariencia austera: los burgueses debían adoptar códigos diferentes a los nobles, debían ser discretos, no mostrarse tanto, ocultar su fortuna para evitar envidias. Así la burguesía adoptó en masa el color negro, que indicaba sobriedad y discreción y poseía un doble significado: por una parte, enuncia a la apariencia ostensible de la aristocracia, y por otra, afirmación de riqueza. Una apariencia, pues, que juega con la modestia y la distinción, esto es, con la elegancia.

La indumentaria es la expresión más diferenciadora o –en sentido puro– discriminatoria de la vida social[13], que si bien es escenografía, es el único espacio vital en que podemos desplegar nuestra vida, instalando nuestros gustos en la realidad.

Y si las distinciones (lo distinguido) se envilecen o mueren al hacerse comunes existe un poder a cuyo cargo corre el estipular otras direcciones: es, decíamos, la opinión, pues la moda no ha sido nunca otra cosa más que la opinión en materia de indumentaria. “La indumentaria, –el traje, el vestido –, es el más enérgico de todos los símbolos, y por ello la Revolución Francesa fue también una cuestión de moda, un debate entre la seda y el paño: Es así como vestir es un acto tanto estético como político.

La moda ha contribuido también a la construcción del paraíso del capitalismo hegemónico. Sin duda, capitalismo y moda se retroalimentan. Ambos son el motor del deseo que se expresa y satisface consumiendo; ambos ponen en acción emociones y pasiones muy particulares, como la atracción por el lujo, por el exceso y la seducción.

Ninguno de los dos conoce el reposo, avanzan según un movimiento cíclico no-racional, que no supone un progreso. En palabras de J. Baudrillard: “No hay un progreso continuo en esos ámbitos: la moda es arbitraria, pasajera, cíclica y no añade nada a las cualidades intrínsecas del individuo”[14]. Del mismo modo es para él el consumo un proceso social no racional. La voluntad se ejerce –está casi obligada a ejercerse– solamente en forma de deseo, clausurando otras dimensiones que abocan al reposo, como son la creación, la aceptación y la contemplación.

Tanto la moda como el capitalismo producen un ser humano excitado, aspecto característico del diseño de la personalidad en sociedad del espectáculo.


[1] RIVIERE, M, Lo cursi y el poder de la moda, Editorial Espasa calpe, Buenos Aires, 1992, p. 161.

[2] DEBORD, Guy, La sociedad del espectáculo, Ed. Pre –Textos, Valencia, 1999, cap. II La mercancía como spectáculo. P. 51 y sgtes.

[3] DEBOR, Guy, La Sociedad del Espectáculo, Ed. Pre–Textos, Valencia, 1999, cap. VIII, La negación y el Consumo de la Cultura, p. 151 y sgtes.

[4] WARHOL, Andy. Mi filosofía de A a B y de B a, Ed. TusQuets. Barcelona 1998, p. 108-109.

[5] WARHOL, Andy. Mi filosofía de A a B y de B a, Ed. TusQuets. Barcelona 1998, p. 109.

[6] URREA, I., Desvistiendo el Siglo XX. Ed. EIUNSA, Barcelona, 1999.

[7] SARTRE, J.P.: El ser y la nada, Ed. Losada, Buenos Aires, 1966.

[8] RIVIERE, M, Diccionario de la moda, Ed. Grijalbo, Barcelona, 1996.

[9] DE DIEGO, Estrella El andrógino sexuado, Ed. Visor, Colección La Balsa de la Medusa, 53, Madrid 1992, p. 90.

[10] COUPLAND, Douglas, Generación “X”, Ed. B, S. A., Barcelona, 1993, p. 162.

[11] WARHOL, Andy. Mi filosofía de A a B y de B a, Ed. TusQuets, Barcelona, 1998, p. 69.

[12] VEBLEN, T, Veblen, T. (1995): Teoría de la clase ociosa, Fondo de Cultura Económica, México (primera edición 1899) p. 98.

[13] BALZAC, Honoré de, Tratado de la vida elegante, Editorial Casiopea, Barcelona, 2001.

[14] BAUDRILLARD, Jean, The Consumer Society, SAGE Publication, 1998, p. 100.

Por Adolfo Vásquez Rocca - Doctor en Filosofía por la Universidad Católica de Valparaíso y la Universidad Complutense de Madrid, con especialidad en Estética y Teoría de las Artes. Profesor de Antropología Filosófica. Editor de la Revista Observaciones Filosóficas

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viernes, enero 06, 2006

"Piercing", patadas y gritos de amor.

KATAYAMA KIOICHI

Apenas comenzaban a disiparse los efectos alucinatorios de la fiebre Harry Potter, cuando una nueva epidemia tomó por sorpresa a las librerías y las almas del País del Sol Naciente. Su agente propagador es KATAYAMA KIOICHI, un escritor de cuarenta y cinco años, practicamente desconocido hasta hace unos meses, a pesar de llevar ya una considerable trayectoria literaria a sus espaldas. El virus se llama SEKAI NO CHUSHIN DE AI O SAKEBU, “Gritar amor en el corazón del mundo”, y narra una tristísima historia de amor entre una pareja de estudiantes de instituto. Con esta obra se ha convertido de la noche a la mañana en el autor más leido en Japón, después de que un famoso personaje de la pantalla explicara en televisión que había leido el libro “de un tirón y sin parar de derramar lágrimas”. Lo del tirón, en cierto modo es comprensible, aunque sólo sea porque se trata de una novelita más bien corta y con las letras muy grandes. En cambio, lo de las lágrimas... Según las críticas menos favorables, “Gritar amor”, presenta (como no podía ser menos teniendo en cuenta el título), unas dosis tan condensadas de romanticismo y melodrama, que en ocasiones llega a rozar lo cómico. Para hacerle justicia, habría que aclarar que se trata de una novela destinada principalmente a los adolescentes. Sin embargo, basta entrar en alguna cafetería o, para el caso, en el metro de Tokio (se recomienda no hacerlo en la hora punta...), para darse cuenta de que gentes de todas las edades la andan leyendo. Por sus síntomas se reconocen y se hermanan entre ellos: ojos enrojecidos, narices acuosas, y un contínuo e intermitente trasiego de kleenex bajo las gafas. Ahora, eso sí, está claro que los que más y mejor la lloran son los jóvenes. Con el objeto de atraerse a este segmento del público, la industria japonesa del libro se ha embarcado desde comienzos de la presente década en una lucha a muerte contra los modernos medios de comunicación. Especialmente el manga, los videojuegos y las cada día más populares novelas telefónicas, que aparecen en brevísimas entregas diarias a través de la pantalla del móvil. Se podría ver, aunque quizá no la haya, alguna conexión entre este afán de acercarse como sea a las nuevas generaciones y el hecho de que las dos triunfadoras de la más reciente convocatoria del premio Akutagawa de novela, cuenten (aparte de con el innegable talento que se les supone), con 19 y 20 años, y un físico con el que podrían presentarse sin problemas a una hipotética edición nipona de Operación Triunfo. Al menos esa es la impresión que dieron Wataya Risa y Kanehara Hitomi durante la ceremonia de entrega del más prestigioso galardón de las letras niponas, celebrada en el mes de enero de este año. La primera, autora del libro Keritai Senaka (“La espalda que quisiera patear”) en plan chica moderna y mona, más bien tirando a clásica. Y la segunda, autora de Hebi ni piasu (“Piercing para serpientes”), moderna a secas, ataviada con una brevísima falda de cuero negro que demostró que este país sigue siendo el primero del mundo a la hora de hacer mínimo lo ya de por sí pequeño.



HEBI NI PIASU (Piercing para serpientes)

Kanehara Hitomi se ha declarado en más de una ocasión deudora de la controvertida novelista Eimi Yamada. Esta escritora, que durante la década anterior gozó de un enorme predicamento entre el público femenino, utiliza en sus libros un lenguaje deshinibido, cuando no procaz, y uno de los ingredientes fundamentales de sus novelas son los tórridos romances (de tinte autobiográfico), entre japonesitas y jóvenes de raza negra. De Yamada, según sus propias palabras, Kanehara Hitomi aprendió el arte de hablar sobre las relaciones de pareja. Aunque también se comenta que, más que la influencia de esta escritora, lo que ha marcado a la ganadora del Akutagawa es la huella de Murakami Ryu, escritor de culto dentro y fuera de Japón, cuya novela, “Coin Locker´s Baby”, constituye, según algunos críticos, un clarísimo antecedente de “Piercing para serpientes”. En ambas sería posible apreciar el mismo estilo ácido, experimental, extrañamente distanciado, con el que se va construyendo una historia de obsesiones (en este caso la de una joven que emulando a su amante se tatua, se llena de pendientes y se raja la lengua para hacerla bífida) en medio de una especie de realismo sucio a la japonesa. Murakami, con la mencionada novela y otras como “Topaz”, “Love and Peace”, etc, ha influido en gran manera a las nuevas generaciones de escritores.

Wataya Risa, autora de “La espalda que quisiera patear”, cuenta en una entrevista que decidió
KERITAI SENAKA. La espalda que quiero patear hacerse escritora después de leer (“más de una docena de veces”) “Kitchen”, de Banana Yoshimoto. Banana, que, al igual que Murakami Ryu, comenzó a escribir a durante los ochenta, comparte con Murakami el raro privilegio de seguir vigente en un país en el que los vientos literarios cambian tan deprisa que a Oe Kenzaburo, ganador del Nobel del año 94, se le considera ya entre los jóvenes poco menos que una antigualla. La calidad de Yoshimoto Banana, no estriba tanto en sus argumentos como en la magia de su prosa, en las reflexiones que la narradora se hace en medio de sus historias, en la delicadeza con la que cuenta los más anodinos detalles de las vidas de sus personajes. Su forma de narrar constituye una delicia en sí misma, cuya belleza, desafortunadamente, es difícil conservar cuando se vierte a otros idiomas. Para algunos la influencia de la autora de “Kitchen” en “La espalda que quisiera patear”, de Wataya Risa, es innegable. “La espalda” cuenta la historia de una estudiante frustrada, incapaz de comunicarse con el exterior, que fantasea con descargar su ira sobre la espalda de un compañero de clase que camina siempre delante de ella. Esto sería un pretexto para hablarnos del día a día de unos jóvenes que se sienten extrañamente ajenos al mundo en el que viven. Como flotando. En eso, al parecer, coinciden Wataya y Kanehara. En la ausencia de comunicación de sus personajes con el exterior y el interior de sí mismos, en medio de un universo plagado de máquinas que hacen posible contactar con cualquiera en segundos sin tener en cuenta distancias. Ambas escritoras reflejarían el aislamiento y la profunda indiferencia que les provocan las vidas de los “los otros”, esas sombras que las rodean cuando salen de compras. Sería interesante, en caso de ser ciertas algunas de las críticas que me he limitado a recoger en este artículo, preguntarle al viejo Oe Kenzaburo qué piensa de todo esto. Puede que refunfuñara, como ya lo hacía al referirse a la popularidad de Murakami y Yoshimoto Banana en la pasada década y al auge de la llamada J-Literature (la literatura pop japonesa). Kenzaburo es uno de esos raros intelectuales de raza que es capaz de dejar a un lado la literatura para dedicarse a desfacer entuertos allá donde los haya. Prueba de ello lo constituyen su apasionada defensa de los paises subdesarrollados, la ecología, la integración en la sociedad de los minusválidos psíquicos, la lucha contra la guerra y la discriminación racial, etc... Sería interesante preguntarle sobre la indiferencia, sí, pero, ¿quién iba a pararse a escucharlo en un mundo lleno de gritos, patadas y piercing? Tokio 5 de junio de 2004

por Antonio Luis Gómez

jueves, enero 05, 2006

El Monstruo Humano

Podemos rastrear la figura del monstruo humano en un periplo que va de las dos últimas décadas del siglo XVIII hasta mediados del XIX; su emergencia en Cuba apenas dista de la europea y promueve las mismas o parecidas preguntas. Participa, pues, de un discurso fascinante (y no menos fascinado) que sólo más tarde al cargarse de un saber médico ya normativo se trivializa.
Si el monstruo literario por excelencia es el “esqueleto” de Zequeira (“La Ronda”, 1808), ahora comienza a acechar desde los primeros textos de medicina y ciencias naturales y desde instancias como el Gabinete de Historia Natural.
Es precisamente ahí adonde se le intenta arrojar, pero el monstruo de “La Ronda” impone una y otra vez el desvío, su incesante fuga esquizoide.
No muy diferente sería el desquiciamiento taxonómico que esta figura supuso para médicos y juristas. El ojo que clasifica procede todavía según un excedente de asombro, plus de curiosidad que sin embargo se abre hacia un terreno cada vez más diferenciador. Las cosas parecen vistas por primera vez, pero se van organizando en un espacio abstracto regido por la palabra y su inscripción letrada.
En 1787 Antonio Parra incluye a un negro congo (en tres vistas, sentado sobre una hernia de “vara negro descrito por Antonio Parray media y seis pulgadas”) en su Descripción de diferentes piezas de historia natural (1).
A José Agustín Caballero le parecía el Hombre-Mujer que circula en La Habana de 1791 como una especie de bestia, cruce alegórico entre dos reinos, sin que ello le impidiera trazar una política claramente homofóbica (2).
Y a Saco le impacta el nacimiento algún niño deforme, en lo que no deja de sospechar cierto fondo moral; el mismo que luego va a inferir entre las causas de una epidemia de cólera. (3).
Cuando en 1834 se instale el Museo Anatómico y la Clase de Clínica en el Hospital Militar de San Ambrosio, la curiosidad natural cederá de manera visible ante un deslizamiento mucho más objetivador del saber (4). Y ya en 1839, con el primer curso de Medicina Legal, el monstruo deviene materia para una intervención sistemática por parte de peritos que prestan su apoyo al derecho civil y penal (5).
Si Antonio Parra podía hacer coincidir junto a peces, plantas y piedras extrañas a un negro herniado, era - entre otras razones - porque el lisiado es apenas una deriva menor del monstruo humano, fácil de clasificar. Otro problema muy distinto implicaría el hermafrodita, transgresor no sólo de una ley natural sino también del derecho religioso y civil. No se trata ya del Hombre-Mujer de Caballero, al que asiste un margen apariencial, sino de alguien que porta una marca o signo abstruso que deja sin voz a quienes usurpan el cuerpo en tanto patrón de inteligibilidad.
En la Edad Media, y aún en el Renacimiento, pagaban con el suplicio; no sucedería igual en la época clásica. A punto de sellarse el contrato social, la ley, desquiciada por tan extrema irregularidad, se vuelve a otro marco de referencia. Y es que - como advierte Foucault - la figura del hermafrodita establece un dominio jurídico-biológico del cual se desprende la intervención por la norma. Punto de partida del ladrón de poca monta del siglo XIX (de todo anormal), el hermafrodita viene a compartir con el mastubador y el individuo incorregible la condición de piezas para un desarrollo difuso de las técnicas de control. Con él se pasa de una instancia natural a otra moral en cuyo fondo alienta la cuestión de la “naturaleza monstruosa” de todo delincuente.
Según Foucault, el caso de Anne Grandjean fue cruxial en este sentido, pues al abordarse el problema del hermafroditismo, ya no como unión rotunda o completa de dos sexos y sí, más bien, como engranaje de órganos imperfectos (incompletos), se derivaba un modelo de conducta. Así, la anomalía orgánica deviene traza que persistirá en toda desviación por pequeña que fuera.
Bautizada Anne como niña, ya joven se inclina a las mujeres y decide usar ropa de varón. Se casa con una mujer y, tras la denuncia, es condenada a muerte. El perdón le llega, más tarde, en forma de consejo médico y de observancia civil. No es condenada, pues, por hermafrodita, sino por desviada. Y ahora tiene que asumir el sexo que los médicos consideran dominante, el femenino, y dejar de frecuentar a sus amigas (6).
Establecida la norma, recesa la monstruosidad. Pero si ésta resulta violada, se agita de nuevo un sustrato salvaje y se juzga por perversión.
Al caso que presentamos ahora, descrito por Tomás Romay y Chacón en 1813 en la persona de un marinero de 19 años, natural de Chiclana, y de nombre Antonio Martínez, siguió, en 1816, la descripción de un segundo caso, éste en un negro bozal examinado por el Dr. Marcos Sánchez Rubio (7). El primer informe habla a favor de un proceso virtual del que no hemos hallado continuación, mientras el segundo es apenas una cita cuya fuente desconocemos. No deja de inquietar, sin embargo, la pregunta por el destino de ambos hermafroditas: un marinero que ha “navegado” con suerte y un esclavo que exhibe el doble estigma de siervo y de monstruo.
Si bien Romay concluye que, “nada es tan fácil ni convincente como reconocer” al sujeto, esto no debe confundirnos. En modo alguno se trata de una simple confirmación del hecho. Al margen de la disertación anatómica y las referencias eruditas se esbozan múltiples apertrechamientos sociales y éstos implican una toma de decisión. Realizado el examen físico y sancionada la “estelirilidad” (no puede engrendar en ellos ni fuera de ellos), se abren preguntas que, no por formuladas ahora, debieron pasar inadvertidas a los observadores de Antonio (o Antonia) Martínez, entre los cuales se encontraban, además de Romay, Bernardo Cózar (médico del apostadero), Juan Pérez Carrillo (del Protomedicato), Antonio del Valle Hernández (consultor de Humboldt y, para algunos, el hombre más ilustrado de la época) y el Conde de O´Reilly; es decir, figuras de peso en el entramado político de la isla: ¿qué sexo adjudicarle a quien ha sido bautizado como mujer, pero lleva vida de “hombre”? ¿Supone el bautizo la tachadura del género civil? ¿Implica, por otra parte, la “desexualización clínica” (paradójicamente mentida en el propio Romay) una consecuencia semejante para la vida social? ¿Debe asimilársele al género de preferencia - !másculino?- “aún participando más del sexo femenino”, según indican los caracteres secundarios? O, a la inversa ¿deben tomarse éstos como regla de una futura conducta? Finalmente, ¿qué hacer con quien se “proclama” (ateniéndonos al texto) hermafrodita en un intento por evitar que se le destine a la “armada nacional”?
Para ninguna de estas interrogantes, por supuesto, había en el código civil y penal vigente una respuesta. La infracción natural supone, por tanto, un enigma jurídico que sólo se resolverá partiendo de cierta improvisación a tono con en el orden moral existente, el cual, sin dudas, se formula a sí mismo a partir de este punto.
En una posible genealogía del anormal en Cuba, la descripción de Romay anuncia, tal vez, una primera emergencia. Más allá del “natural” descenlace de esta historia, ya sea a nivel penal o práctico, no cabe dudas de que se movilizan normas para un contexto que no va a regirse ya, exclusivamente, según una simple moral tradicional. De este modo, cierta percepción moral prenormativa esbozada desde 1790 en el Papel Periódico de la Havana (dispositivo crítico donde se satirizan diversas tipos de conducta desviada) se despliega e intensifica (8). El hermafrodita de Romay sienta las bases sobre las que se enmarcará al Hombre-Mujer de Caballero en su paso por el siglo XIX. Y no es hasta finales de la década de 1820 que se acumulan evidencias que permitan hablar de una sociedad relativamente normativizada. En 1823 se inicia, por ejemplo, un proceso judicial contra el II Conde de Casa Montalvo (el incorregible por excelencia), el cual concluye en 1841 después de haber servido de marco a una producción disciplinaria sin precedentes que, al contrario de la disonante cuestión legal en el dominio esclavista, iba dirigida a todo el cuerpo social (9).

NOTAS

1) Descripción de diferentes piezas de historia natural. Antonio Parra. Havana. 1787. (Editorial Academia, 1989). Ver láminas 71, 72 y 73, y pp. 194-195.

2) “Carta crítica del hombre muger”. José Agustin Caballero. La literatura cubana en el Papel Periódico de la Havana. Letras Cubanas, 1990, pp 75-78.

3) “Monstruo”. José Antonio Saco. Papeles sobre Cuba, Tomo I, Dirección General de Cultura, 1960, pp 392-394.

4) El Museo de Anatomía y la Clase de Clínica datan de 1834. Sirvió de impulso a importantes transformaciones en el Hospital Militar que sólo a partir de esta época deviene institución “positiva”, es decir, productora de saber. Si antes había sido “refugio de caridad”, ahora, poco a poco, el hospital se convierte en instancia “curativa” y plaza para la formación de médicos según el modelo de la medicina observacional. Su reforma corrió pareja a la normativización de la sociedad, a la cual queda engranado como parte de una compleja red de controles.

5) La Cátedra de Medina Legal se establece en el Seminario de San Carlos y San Ambrosio. En 1842 se traslada a la Universidad de la Habana. El curso impartido por su primer profesor, José Lletor Castroverde, sustituido en 1850 por Ramón Zambrana, dedica un capítulo a la problemática del hermafroditismo. (Discurso inaugural para la apertura solemne del Primer Curso de Medicina Legal y Jurisprudencia Médica. José de Lletor Castroverde. Habana. 1839. Imprenta de R. Oliva, p. 24).

6) Los anormales. Michel Foucault. FCE, 2000. Ver Clase del 22 de enero de 1975, pp 61-82. El caso de Ana Grandjean se desarrolla en pp. 79-81.

7) Citado por Martinez Fortún y Foyo en Historia de la medicina de Cuba, s/e, p. 41.

8) Además del citado artículo de José A. Caballero ver, entre otros, “Carta sobre la educación de los hijos” y “Carta sobre la confusión de los trages”. Ob.cit, pp 63-66 y 75-78 respectivamente.

9) Autos acordados por la Real Audiencia de la Isla de Cuba. Habana. 1840.

* * *

No queremos terminar esta nota sin indicar (y comentar) algunos textos de similar importancia en los que asoma la figura del monstruo humano en Cuba:

“Un vecino fidedigno de la ciudad de Trinidad en esta isla participa lo siguiente: Una parda libre de esta ciudad acaba de dar a luz una niña con un solo ojo grande en medio de la frente, sin narices, una sola oreja de un lado y lo demás del cuerpo bien formado; desde los codos hasta el extremo de los dedos de la manos tiene el cutis de un blanco hermoso, y el resto del cuerpo muy prieto. Dicen que antes de expirar resollaba por el ombligo... “Noticia particular de la Havana”. Papel Periódico de la Havana No 50 (3) (23 de junio) 1793.

...“Parda libre que dio a luz trillizos, uno parecía español, la otra india y el otro negro” (Papel Periódico de la Havana No 19 (74-75) (5 de marzo) 1795.

...1817. “Expulsión de tres fetos, uno de ellos un monstruo”. Tomás Romay. Diario de la Habana, 27 de abril/1965. Obras Completas. Tomo I, p. 32.

...1835. Historia de los gemelos de Siam [traducido por F.C., con una lámina]. Imprenta del Gobierno.

Se trata de una obra citada por Bachiller y Morales en su “Catálogo de libros y folletos...”, incluido en Apuntes para la historia de las letras y de la instrucción pública en Cuba (Tomo III, Habana, 1861, p. 172), la cual no hemos podido localizar. Los gemelos de Siam, Eng y Chang, mundialmente conocidos, fueron mostrados por toda Europa a partir 1829; pasaron luego a Estados Unidos y más tarde recogieron varios países de América Latina. Llegan a La Habana por primera vez en 1835, según lo anuncia el Diario de Gobierno de ese año. El texto citado por Bachiller formaba parte, con toda seguridad, de la campaña de publicidad desatada en torno a los siameses, quienes, procedentes de Charleston y conducidos por su representante, Santiago W. Hall, serían expuesto a la “pública curiosidad de este vecindario”. Se sabe de una segunda visita a La Habana, ésta en enero de 1858. Los siameses tenían entonces 47 años de edad.

...1844. “De la influencia de la imaginación de la madre en la produción de monstruos”. Repertorio Médico Habanero 1(12):192.

Todavía en el siglo XIX la imaginación es invocada en la génesis de cualquier patología, lo mismo física que mental; constituye una de esas “causas lejanas” a las que se echa mano en todo momento y que desmienten una concepción etiológica claramente jerarquizada. El texto en cuestión alude al caso de una mujer que, por haber presenciado un hecho de sangre, (el degollamiento de un cerdo) le nace un hijo con “una especie de herida o hendidura en la garganta, cuyos bordes mucosos daban sangre al menor contacto”. Para probar su tesis, el autor pasa de la imaginación como genésis (o de su génesis imaginaria) a una suerte de embriología “fantástica” superada sin dudas por la medicina de la época: “pues estando la madre en el tercer mes de su embarzado, época del embrión en que la hendidura subhyoide no está todavía formada, una impresión profunda pudo suspender toda la fuerza formadora”. Consejo: “que se le haga saber a la madre la parte de la acción que la imaginación puede ejercer sobre el hijo, a fin de que en el próximo embarazo se separe la vista de lo que pueda conmover e imprimir un sello indeleble en el débil ser que lleva en su seno”.

...1845. En la misma revista 1 (5) (100) aparece una breve nota titulada “Sobre un hombre-esqueleto”, con una lámina adjunta.

...Entre 1813 y 1845 se publican en el Diario de la Habana numerosas descripciones (notas breves, referencias, etc) de mostruos nacidos en esta ciudad. El 8 de octubre de 1818, por ejemplo, nace uno de éstos del parto gemelar de una morena libre en una casa de la calzada de San Luis Gonzaga. Muerto a los pocos días, no tenía cabeza ni extremidades y presentaba en el costado derecho “una mata de pelo”. El Dr. José A. Bernal, que lo asistiera, presentó un esquema del monstruo a la Sociedad Económica Amigos del País, luego de haberlo entregado al conocido cirujano italiano Dr. José Chiappi, quien procedió a realizar su disección ante un nutrido grupo de galenos entre los que se encontraban Romay y Pérez Carrillo.

...1887. “Un caso teratológico: monstruo cyclocefaliano”, Francisco Obregón y Mayor, Revista de Ciencias Médicas de la Habana, (4), pp 109.

...1932. Notas sobre un monstruo doble. Sergio García Marruz. Habana. Imprenta Seoane y Fdez. 16 p.

...1953. “Pseudo hermafroditismo”. Gálvez Fermín Nicasio. Revista cubana de obstetrica y ginecología. Habana, 15 (6) (23-32)

...1955. Imposible el hermafroditismo ni el cambio de sexo en la especie humana. Angel C. Arce Fernández. Habana. 15 p.

...1955. “Hermafroditismo verdadero. Primer caso en Cuba”. IX Congreso Médico Nacional. Habana. p. 46.

Pedro Marques de Armas


miércoles, enero 04, 2006

El siglo del miedo


Del libro
Moral y Política, Albert Camus (Ed. Losada S.A., Buenos Aires 1978)

El siglo XVII fue el siglo de las matemáticas, el XVIII el de las ciencias físicas y el XIX el de la biología. Nuestro siglo XX es el siglo del miedo. Se me dirá que el miedo no es una ciencia. Pero, en primer lugar, la ciencia es en cierto modo responsable de ese miedo, porque sus últimos avances teóricos la han llevado a negarse a sí misma y porque sus perfeccionamientos prácticos amenazan con destruir la tierra toda. Además, si bien el miedo en sí mismo no puede ser considerado una ciencia, no hay duda de que es, sin embargo, una técnica. Lo que más impresiona en el mundo en que vivimos es, primeramente y en general, que la mayoría de los hombres (salvo los creyentes de todo tipo) están privados de porvenir. No hay vida valedera sin proyección hacia el porvenir, sin promesas de maduramiento y de progreso. Vivir contra una pared es una vida de perros. ¡Y bien! Los hombres de mi generación y de la que ingresa hoy en los talleres y las facultades vivieron y viven cada vez más como perros. Por cierto, no es la primera vez que los hombres se hallan ante un porvenir materialmente cerrado. Pero salían adelante, por lo general, gracias a la palabra y al clamor. Recurrían a otros valores en los que depositaban sus esperanzas. Hoy nadie habla ya (salvo los que se repiten) porque el mundo nos parece conducido por fuerzas ciegas y sordas que no oyen las voces de advertencia, los consejos y las súplicas. Algo en nosotros fue destruido por el espectáculo de los años que acabamos de vivir. Y ese algo es aquella eterna confianza del hombre que le ha hecho creer siempre que podían obtenerse de otro hombre reacciones humanas hablándole con el lenguaje de la humanidad. Nosotros vimos mentir, envilecer, matar, deportar, torturar y cada vez que sucedía era imposible persuadir a los que lo hacían de no hacerlo, porque estaban seguros de sí mismos y porque no se persuade a una abstracción, es decir al representante de una ideología. El largo diálogo de los hombres acaba de cortarse. Y, por supuesto, un hombre a quien no se puede persuadir es un hombre que da miedo. Así, al lado de los que no hablaban porque lo juzgaban inútil, se extendía y se extiende aún una inmensa conspiración del silencio, aceptada por los que tiemblan y se dan buenas razones para ocultarse a sí mismos que tiemblan, y suscitada por quienes tienen interés en hacerlo. "No deben ustedes hablar de la depuración de artistas en Rusia, porque es hacerle el juego a la reacción". "No deben ustedes decir que Franco se mantiene en el poder gracias a la ayuda de los anglosajones, porque es hacerle el juego al comunismo". Bien decía yo que el miedo es una técnica. Entre el miedo muy general a una guerra que todo el mundo prepara y el miedo particular a las ideologías homicidas, es muy cierto que vivimos en el terror. Vivimos en el terror porque ya no es posible la persuasión, porque el hombre fue entregado por completo a la historia y no puede volverse hacia esa parte de sí mismo, tan verdadera como la parte histórica, y que reencuentra ante la belleza del mundo y de los rostros; porque vivimos en el mundo de la abstracción, el mundo de las oficinas y de las máquinas, de las ideas absolutas y del mesianismo sin matices. Nos asfixia esa gente que cree tener la razón absoluta, ya sea con sus máquinas o sus ideas. Y para todos aquellos que no pueden vivir sino en el diálogo y la amistad de los hombres, este silencio es el fin del mundo. Para salir de este terror habría que poder reflexionar y actuar según esa reflexión. Pero el terror precisamente no constituye un clima favorable para la reflexión. Creo, sin embargo, que en lugar de vituperar este miedo, hay que considerarlo como uno de los primeros elementos de la situación y tratar de ponerle remedio. Nada hay más importante. Pues esto concierne a la suerte de gran número de europeos a quienes, hartos de violencia y de mentiras, burlados en sus esperanzas más caras, les repugna tanto la idea de matar a sus semejantes para convencerlos como la de ser convencidos de la misma manera. Sin embargo, es la alternativa en que se coloca a esta gran masa de hombres en Europa, que no pertenecen a ningún partido, o que no están cómodos en el que eligieron, que dudan de que el socialismo se haya realizado en Rusia y el liberalismo en Estados Unidos, que reconocen, no obstante, a aquéllos y a éstos el derecho de afirmar su verdad, pero les rehusan de imponerla por la muerte, individual o colectiva. Entre los poderosos de la hora actual, esos hombres no tienen fuerza y sólo podrán hacer admitir (no digo triunfar, sino admitir) su punto de vista y sólo recuperarán su lugar en el mundo cuando hayan tomado conciencia de lo que quieren y lo digan simple y enérgicamente, como para que sus palabras puedan liar un haz de energías. Y si el miedo no es el clima adecuado para la reflexión, deberán, en primer lugar, enfrentarlo. Para enfrentarlo es necesario ver qué significa y qué rechaza. Significa y rechaza el mismo hecho: un mundo en el que se legitima el homicidio y en el que la vida humana se considera una futileza. He aquí el primer problema político de hoy. Y antes de seguir adelante es necesario tomar posición al respecto de él. Previamente a toda realización deben hoy plantearse dos preguntas: "Sí o no, directa o indirectamente, ¿quiere usted que lo maten o lo violenten? Sí o no, directa o indirectamente, ¿quiere usted matar o violentar?" Todos los que contesten no a estas dos preguntas quedan automáticamente enfrentados a una serie de consecuencias que deben modificar su manera de plantear el problema. Tengo el proyecto de precisar tan sólo dos o tres de esas consecuencias. Entretanto, el lector de buena voluntad puede interrogarse y responder.

La misteriosa muerte del escritor norteamericano James Hatfield

Primer biógrafo no autorizado de George W. Bush

La muerte del escritor norteamericano James Hatfield en 2001 suscitó muchas inquietudes para los intelectuales pero paradójicamente no generó mayor debate o curiosidad en los medios de comunicación de Estados Unidos. Recordemos que Hatfield fue el primero en escribir una biografía no autoriza del presidente George W. Bush donde revela sorprendentes asuntos. Para algunos el escritor se suicidó por la gran presión que causó su libro. Para otros se trata de un asesinato. Este artículo investigativo del periodista James Cogswell que siguió de cerca el trabajo de Hatfield, nos demuestra que el poder lo tenía en la mira al escritor.

Esta mañana revisé mi archivo con los documentos policiales sobre la muerte de James Hatfield, donde se incluyen las órdenes de arresto y registro relacionadas con su inculpación en un caso de solicitud fraudulenta de tarjeta de crédito, y las copias de unas notas y otras cosas que fueron encontradas junto a él en la habitación 312 del hotel Days Inn en Springdale, Arkansas, donde el gerente del hotel lo encontró muerto el 18 de julio de 2001.

Hatfield era el biógrafo de George W. Bush, cuyo libro El Nerón del Siglo XXI (Fortunate Son, su título original en inglés) fue noticia dos veces en una sola semana el mes de octubre de 1999 antes de ser retirado de circulación y quemado por su propia editorial, St. Martin’s Press.

Este libro causó sensación en los medios de comunicación primeramente por alegar que Bush había sido arrestado por tenencia de cocaína en 1972, pero un juez había eliminado toda huella del suceso en los registros judiciales como un favor personal a su padre.
El libró saltó a la lista de libros más vendidos del New York Times, y en seguida estalló un segundo escándalo. El periódico Dallas Morning News informó de que el propio Hatfield había pasado un tiempo como recluso en Texas por intento de homicidio y malversación de fondos federales.

Se trata de una historia larga y dolorosa, pero, en pocas palabras: St. Martin’s retiró el libro del mercado, un editor neoyorquino roquero punk llamado Sander Hicks se propuso publicar el libro en su editorial Soft Skull Press. El editor se apresuró y en enero de 2000 Soft Skull ya tenía lista su edición de bolsillo de El Nerón del Siglo XXI. Entonces fue cuando entré en contacto por primera vez con Sander Hicks y James Hatfield.

Contacto

Para mí el libro de Hatfield supuso un rayo de esperanza para que una parte de la escabrosa verdad sobre la familia Bush se abriera paso a través de los grandes medios de comunicación antes de que Bush y sus seguidores tomaran de nuevo el control del país. Ya había leído suficientes cosas al margen de los grandes medios de comunicación estadounidenses como para saber que dicha familia no eran en absoluto el tipo de familia media estadounidense con el que querían identificarse.

En el mejor de los casos los consideraba como unos simples mafiosos, pero en el peor de los casos me los representaba como la encarnación contemporánea de la amenaza fascista. Sin embargo el cártel de los grandes medios de comunicación eliminaba todos los aspectos desagradables de su historia familiar para proporcionar una imagen falsa creada por sus propios asesores.

Me puse en contacto con Soft Skull (ediciones en New York) para hacerme con un ejemplar del libro y hacer una reseña de él en American Book Review, así como ofrecerles mi apoyo a su valiente propósito de hacer pública la verdad sobre la familia Bush.

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La familia Bush

Cuando conseguí mi ejemplar del libro y comencé a leerlo, me sorprendió hasta qué punto se daba en él una imagen humana de la familia Bush. Después de todo el revuelo que levantó el libro, que se centraba tan sólo en los cargos por tenencia de cocaína, esperaba un ataque sin piedad. Aunque el libro no se refrenaba a la hora de dar cuentas de las actividades dudosas de la familia Bush, y no utilizaba al hablar de ellos el típico tono deferente, tampoco los mostraba como demonios. No había odio. Mi mayor sorpresa al leer el libro fue que por primera vez en mi vida sentí compasión por George W. Bush.

La información de la mayoría de los medios de comunicación deja de lado todos los defectos para crear la imagen de un líder mítico, pero nunca evocó a un hombre real. El George W. Bush oficial era un superhéroe de dibujos animados. Como Hatfield no fue reticente a la hora de mostrar su lado sombrío, hizo que los personajes fuesen reales.

De tal modo, cuando describe a George W. como a un niño cuya hermana murió y que tuvo que cuidar de su madre desconsolada, sentí lástima por él. Me di cuenta de que por mi miedo y mi aversión frente a la amenaza que Bush representaba, me lo habían hecho ver también como a un personaje de dibujos animados. Sólo que en mi caso se trataba de un villano.

Ascenso a las alturas y caída

El camino de Hatfield desde el presidio hasta la lista de los libros más vendidos del New York Times fue un triunfo enorme. Tras haber cumplido su sentencia de encarcelamiento, Hatfield superó obstáculos increíbles y rehizo su vida. Volvió a su hogar en Arkansas, conoció a una mujer, se casó con ella y tuvieron una hija. Comenzó una carrera de escritor, empezando con biografías sobre los actores Patrick Stewart y Ewan McGregor.

Cuando lanzó su idea de una biografía sobre George W. Bush, St. Martin’s la concibió inicialmente como un librito de bolsillo que acapararía enseguida las estanterías de los grandes almacenes durante la época de campaña electoral (del año 2000, primer mandato ndlr). Le dieron ocho meses para escribirlo. Pero Hatfield superó las expectativas y el libro comenzó a ser algo más que una recopilación de los recortes de prensa disponibles sobre Bush.

Llevó la biografía a un nivel superior añadiendo fuentes de primera mano y algún que otro análisis agudo. Cuando los documentos acerca de la supuesta detención de Bush por tenencia de cocaína en 1972 salieron a la luz en la página Salon.com, St. Martin’s propuso a Hatfield que incluyera algo sobre el asunto en su libro, subiendo así de libro de bolsillo al rango de libro en pasta dura.

Hatfield dijo que fue a ver a tres amigos y socios de Bush y les informó de que había otras personas dispuestas a confirmar públicamente el asunto de la detención por drogas. Todos admitieron que las acusaciones eran ciertas. Puso toda esta información rápidamente en un epílogo que habría de ser añadido al libro, cuando ya se estaban haciendo las últimas correcciones de las galeradas y se preparaban para la publicación.

Segundo asalto

Cuando sus propios antecedentes penales salieron a la luz y Hatfield mintió sobre ellos, todo comenzó a derrumbarse. Destruyeron el libro. Sufrió una humillación pública. La familia de su esposa descubrió su pasado y empezaron a temer por la vida de su hija.

Cuando [la editorial] Soft Skull retomó el libro, lo sacaron milagrosamente del apuro. Pero los problemas todavía no habían acabado. Y estaban lejos de acabar.

Para la edición de bolsillo de Soft Skull, Hatfield redactó un prefacio que era en sí mismo una bella confesión escrita y que nos proporcionaba una idea del estilo que habría desarrollado si hubiera seguido vivo. Contó su visión de la historia, confesó el crimen que anteriormente había desmentido cuando fue interrogado por la prensa sobre el asunto por primera vez. Desnudó su alma al mundo, dando al mismo tiempo rienda suelta a la musicalidad natural de su voz sureña.

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James Hatfield (izquierda) y David Cogswell (derecha) en la Feria del Libro de Chicago, EEUU en 2001.

Contó que había trabajado para una compañía inmobiliaria en Texas que recibía ayudas del estado. El empleo del dinero se hizo cada vez más corrupto. Dos de los socios, jefes de Hatfield, empezaron a tener una aventura extramatrimonial. Ella le hizo chantaje a él, quien respondió intentando contratar a alguien para que la matasen. James Hatfield se encontraba atrapado en un asunto desagradable y presentó la carta de dimisión con los treinta días de antelación correspondientes.

Pero antes de marcharse, según dijo, entregó cinco mil dólares a un reparador de televisión por cable por medio de un contrato para que pusiera una bomba en el coche de la víctima deseada. Hatfield escribió que el reparador «no era un hombre de muchas luces... y honestamente creía y tenía la esperanza de que simplemente cogiera [el] dinero y saliera corriendo».

Sin embargo, colocaron la bomba. Explotó. No hubo ningún herido. Pero James fue acusado por intento de asesinato y pasó cinco años en la cárcel. Ni la persona a quien le entregó el dinero, ni la persona por la que actuó de tal modo fueron encarcelados.

En su prefacio Jim [diminutivo de James Hatfield] confesó al mundo entero su oscuro pasado secreto, pero desgraciadamente fue demasiado sincero. Al describir el crimen que lo había puesto entre rejas y que más tarde vino a destruir su floreciente carrera como escritor, dio nombres. Y éstos lo demandaron ante la justicia.

Como el libro no había sido rigurosamente examinado por abogados, sus adversarios tenían medios legales para detener la edición y llevar la editorial ante un tribunal. Las distribuidoras no se atrevían a aceptarlo porque también habían recibido amenazas legales. El libro fue eficazmente aniquilado para la campaña electoral del año 2000, cuando podría haber provocado una gran diferencia en unas elecciones que fueron supuestamente resueltas por una diferencia de 525 votos.

Amenazas

El partido de Bush con sus largos tentáculos conocía evidentemente la existencia del libro y lo vigilaba de cerca. Según Hatfield, alguien del partido de Bush se puso en contacto con él y aceptó una invitación para reunirse juntos y ver si iba «por el buen camino». Cuando se encontró con el emisor de la llamada en persona, dijo que resultó ser el propio Karl Rove, el principal estratega y consejero de Bush.

Tras haberse hecho públicas las acusaciones por tenencia de drogas, Hatfield dijo que recibió amenazas por parte de uno de los aliados de Bush que había confirmado dichas acusaciones. Las amenazas se dirigían contra la esposa de Hatfield y su hija de dos meses diciendo: «Si aprecias sus vidas, más te vale renunciar a esa edición».

La presión no cesaba. Jim estaba en libertad condicional, así que la menor infracción (ya fuera tan sólo salir del estado sin permiso) podía llevarlo de nuevo a prisión, posibilidad que lo aterrorizaba.

Amistad por correo electrónico

Cuando mi reseña [periodística] salió publicada recibí un correo electrónico de Hatfield dándome las gracias, y éste fue el comienzo de una intensa correspondencia que acabó convirtiéndose en una parte cotidiana de mi vida durante el último año de la suya.

Fue un tipo de relación que sólo podía haber tenido lugar en la era de Internet.
Intercambiábamos mensajes varias veces al día la mayoría de los días. Era raro que pasaran uno o dos días sin que nos mandáramos algún mensaje.

Hatfield estaba contento de conocerme porque había sido uno de los pocos que había escrito una reseña alentadora sobre él, y por la efusividad con la que mostraba mi respeto y mi aprecio por su persona y por lo que había hecho. Desde el principio se fue estrechando una amistad basada en una afinidad tácita, la misma pasión por escribir y el mismo deseo de sacar a la luz la hipocresía de la familia Bush y el sistema político en general.

Él era por naturaleza más un literato que un periodista. A los periodistas convencionales normalmente les disgustaba, y desconfiaban de él. No era uno de los suyos. No jugaba según sus normas. Y cuando lo pillaban rompiendo una regla caían sobre él como tiburones al acecho de la sangre.

Pero teniendo en cuenta cuánto había en juego (lo extremadamente importante que era averiguar la verdad sobre la familia Bush) y el hecho de que éste era uno de los pocos hombres dispuestos a hacerlo, no le di importancia a las convenciones de los periodistas.

Apreciaba profundamente su valor para decir la verdad, cuando los mismos periodistas que se volvían contra él con tanta saña eran demasiado gallinas a la hora de decir la verdad si se trataba de crímenes en los que había gente poderosa envuelta. Él dijo la verdad, con agallas y pasión. Incluso poseía un corazón lo bastante grande como para sentir compasión por la familia Bush, cosa que estaba por encima de mis capacidades.

Yo entendía perfectamente las afinidades que hay entre las mentes del artista y del criminal. Hatfield era un hombre al borde del precipicio, que se ponía siempre en situaciones límite. Sólo podía hacerme una ligera idea de lo desbocado que debió haber sido su temperamento antes de que los cinco años de prisión lo domasen.

Yo no era quién para ser grosero respecto a su pasado criminal. Lo apreciaba por lo que era. Tenía la sensación de que poseía la habilidad de escribir buenas obras literarias que harían parecer su obra hasta el momento poca cosa en comparación. Cuando comentó la frustración que le producía no ser capaz de que le contrataran para escribir más biografías, le insté a que escribiera sobre su propia vida. La historia de su vida era fascinante, y él era un narrador nato.

–Eres un artista –le dije–. Es un terreno diferente al de la política. Haber estado en prisión no te impide escribir literatura. Muchos grandes escritores han estado en la cárcel. Escribe sobre tu vida. Me encantaría leerlo, y estoy seguro de que a más gente también.

En el mundo de la política se encontraba fuera de lugar, y eso fue lo que acabó con él. Tenía el alma de un artista. Quería ser escritor por encima de todo. Poseía un talento natural y el potencial de redactar una buena obra. Al haber vivido en Texas y tener una agudísima intuición política, sintonizó con el fenómeno Bush mucho antes de que gran parte del país supiera ni siquiera que existía un tal George W. Bush. Se aferró a la idea de hacer una biografía de Bush justo a tiempo para la temporada electoral de 2000. Su elección del momento exacto fue brillante.

No tenía competidores. Era prácticamente el único periodista de los grandes medios de comunicación que iba más allá de una imagen de Bush creada por sus propios asesores.

Tenía la pasión de un artista por decir verdades que otros escritores más respetables y correctos preferían callarse. Aunque había un lado oscuro en él, tenía un aspecto franco y sin pretensiones, la autenticidad de una persona que había descendido a los infiernos. Me parecía mucho más honesto que George W. Bush.

Bajo vigilancia

Durante nuestros intercambios de mensajes por correo electrónico a comienzos de 2001 Jim me dijo que había descubierto que su ordenador estaba pinchado. Me dijo que lo descubrió cuando lo llevó para que se lo repararan. El técnico que lo arregló le dijo que alguien había instalado un dispositivo que capacitaba a dicha persona para controlar el correo electrónico.

–¿Eso quiere decir que alguien tuvo que llegar realmente hasta tu ordenador para ponerle el dispositivo?– le pregunté. Jim dijo que efectivamente eso quería decir que alguien tuvo que llegar físicamente hasta su ordenador. Se me pusieron los vellos de punta. Jim tenía su ordenador en un despacho que se había instalado en un cobertizo del jardín trasero de su casa. Alguien tuvo que entrar allí.

El técnico puso una alarma en el ordenador que saltaría cada vez que el dispositivo de control fuera empleado. Jim me dijo que la alarma solía saltar siempre que intercambiaba mensajes con ciertas personas que estaban involucradas en política, personas como yo y Mark Crispin Miller.

En parte para deshacernos de la tensión de sentirnos como si estuviéramos bajo vigilancia, yo solía hacer bromas abiertamente en el mensaje sobre el asunto e incluso escribía insultos brutales contra la persona que nos estuviese controlando. Éste es un asunto que llegaría a ser significativo más adelante.

El Nerón del Siglo XXI, tercer intento

Una vez Bush investido presidente, la editorial Soft Skull logró detener el pleito por difamación, y Sander [Hicks] y Jim [Hatfield] intentaron editar el libro una vez más. Para la tercera edición Jim quería que yo escribiera un epílogo para el libro. Me sentí tan halagado de que me permitieran formar parte del libro que le dije que era uno de los mejores amigos que nunca hubiera tenido. La aparición del libro estaba prevista para la Book Expo America [1] en Chicago el 1 de junio de 2001.

Me encontré con Jim y Sander en la exposición en Chicago, y pasamos un par de días juntos con otros colaboradores de Soft Skull y los directores de cine Michael Galinsky y Suki Hawley, que estaban rodando el film Horns and Haloes sobre Jim y Sander.

La BEA era el principal evento del año en el mundo editorial, con representaciones de todas las editoriales de mayor peso. Fue un acontecimiento frenético y excitante. Jim firmó cientos de libros. Jim y Sander promocionaron su libro a los distribuidores y a los medios de comunicación.

Asistimos a una entrega de premios en la que Jim recibió uno por su libro El Nerón del Siglo XXI. En la librería Quimby’s Bookstore hicimos una mesa redonda y se firmaron ejemplares. Y acudimos a una o dos fiestas de editores. Pero el evento más significativo era la rueda de prensa que Sander había organizado para la reedición del libro.

El plan de Sander era revelar las fuentes de Hatfield concernientes a las acusaciones por tenencia de cocaína como parte del lanzamiento del libro. Su teoría era que los estrategas de Bush conocían los antecedentes criminales de Hatfield. Sabían que podían desacreditarlo, así que lo utilizaron para que el asunto de la cocaína estallara al margen de la corriente principal del periodismo.

Esta teoría era más que plausible. De hecho había algo de ineluctable en ella sabiendo cómo actúa la familia Bush. Karl Rove, la mano derecha de Bush, su estratega principal, trabajó precisamente para Nixon, así que aprendió todas sus maniobras del maestro del juego sucio.

Estuviera o no planeado por el partido de Bush, el asunto Hatfield le sirvió a Bush como vacuna preventiva contra las acusaciones respecto a la tenencia de drogas y contra la posibilidad de que se revelase el espectro siempre al acecho de su oscuro pasado. Tras haber ejecutado públicamente a Hatfield, nadie volvió a tocar el tema de la cocaína. Se acabó con ello. Hatfield sirvió de chivo expiatorio.

Los periodistas que se presentaron en la rueda de prensa se dividían entre los desdeñosos y los hostiles. No parece que hubiera ni un solo simpatizante. Todos afrontaban la situación dando más o menos por hecho que Bush estaba libre de cualquier reproche y que Hatfield no era más que un criminal tratando de timarles.

Sander reveló las fuentes estando Jim fuera de la sala, porque Hatfield quería mantener su compromiso de no revelar jamás el nombre de sus fuentes. De hecho, Sander sólo reveló dos de los tres nombres, ambos ejerciendo en el momento actividades políticas. La lógica de Sander residía en que quienes habían servido como fuente habían jugado sucio y ya no había motivos para cumplir la promesa de guardar silencio.

Cuando Jim vio que se enfrentaba a un público hostil aumentó su nerviosismo. Actuó a la defensiva y el diálogo se volvió antagónico.

Una vez terminada la rueda de prensa, los periodistas se entremezclaron y sentí que la cobertura de la conferencia no sería favorable. Su hostilidad y el final abrupto de la rueda de prensa me dejaron un sentimiento de desasosiego. Me atemorizaba pensar que la Casa Blanca fuera a recibir llamadas para confirmar o negar la declaración de Sander. En ese momento Soft Skull había hecho frente abiertamente a la Casa Blanca: al mismísimo Karl Rove, el genio demoníaco. A Sander parecía deleitarle la idea de «sacudir la Casa Blanca». A mí sólo la perspectiva me aterrorizaba.

Jim y yo fuimos a buscar un sitio donde poder tomar una cerveza. Jim invitó a un par de rondas y nos sentamos en una pequeña mesa de madera. Abatido como me sentía, a duras penas podía imaginarme por lo que había pasado Jim. Ahora, además de haber escrito un libro desafiante sobre la familia Bush, también había traicionado a Karl Rove dando su nombre como fuente.

Aunque hubiera sido Sander quien lo reveló, el hecho es que Jim había hecho públicas sus fuentes. Era Jim quien había prometido guardar el anonimato. Ahora habían roto la promesa. E incluso si te ponías en el lugar de los adversarios de Jim y pensabas que todo era una mera fabulación, no dejaba de ser una grave afrenta a Rove y a Bush.

¿Dónde puede esconderse alguien de la administración de Bush? Jim tenía pocos elementos que le sirvieran de apoyo. Incluso en su puesto de trabajo para WalMart se encontraba bajo la amenaza de ser despedido por el escándalo que había levantado el libro. Su jefe le había dicho: «Jim, no aparezcas en más titulares, ¿vale?»

Mientras bebíamos juntos nuestras cervezas me daba cuenta de que quizás éste fuera uno de los últimos momentos en que pudiéramos estar a salvo, antes de que llegara a la Casa Blanca la noticia de que un escritor punk había acusado a partidarios cercanos a Bush de haber traicionado secretos de familia. Sólo de pensarlo me daba un vuelco el corazón. ¿Cómo se podía proteger a este hombre?, me preguntaba. Y a mí también. Yo lo ayudaba y era cómplice de su causa. Era también mi causa. Nos podían aplastar como gusanos.

En ese momento Jim era un hombre destruido. Había pasado ya por tantas dificultades, y ahora se preparaba para un nuevo asalto. Habló vagamente sobre las pesadillas que le esperaban cuando regresara a Arkansas, cuando terminara nuestra pequeña juerga de fin de semana. Parecía desprovisto de esperanzas. Sabía que tenía que estar asustado de lo que estaba por venir, pero parecía más bien resignado que aterrorizado.

Sentado al otro lado de la mesa, hundido, era el hombre más vulnerable que hubiera visto en toda mi vida. Su cráneo calvo me parecía frágil como la cáscara de un huevo. Su forma humana, su construcción orgánica parecía tan delicada. Era un simple mortal que había emprendido la tarea de un superhéroe, arremeter él solo contra el poder de la Casa Blanca, la banda de gángsteres más poderosos del mundo de la política.

Se inclinó sobre la mesa, puso su mano en mi brazo y me dijo con su acento cadencioso de Arkansas: «¿Recuerdas cuando me dijiste que yo era uno de los mejores amigos que nunca hayas tenido? Bueno, pues el sentimiento es mutuo, chaval».

Sabía que tenía que apoyarle, pasara lo que pasara, pero ¿qué podía hacer yo si los miembros de la CIA y la Casa Blanca decidían realizar con Jim un castigo ejemplar? Me miró a los ojos, y una súplica iluminó su rostro por un momento abriéndose paso a través de una aceptación estoica de su destino inexorable. Sentí que estaba mirando a los ojos de un hombre condenado.

La información sobre la rueda de prensa iba del desdén al insulto salvaje, excepto por parte de la publicación alternativa en la red Buzzflash.com. Fueron los únicos que seguían pensando que las mentiras de George W. eran un asunto más importante que los antecedentes penales de Hatfield.

Verdades escondidas

Jim parecía verdaderamente sorprendido ante la reacción virulenta del partido de Bush provocada por lo que a su parecer era una biografía justa. Me dijo que sospechaba que en el libro había algo aparte del episodio de la cocaína que «los volvía locos» y eso era lo que los llevaba a tales extremos con tal de suprimirlo. Con su acento melódico me dijo: «No sé qué ocurre con el libro, pero estoy seguro de que no quieren que ande por ahí».

Esta frase me ha vuelto a menudo a la memoria a medida que se desarrollaban los acontecimientos extremos del mandato de Bush. Con el paso del tiempo esa declaración cobraba peso y se hacía más verosímil, y me preguntaba una y otra vez qué era lo que los tenía tan preocupados en todo esto.

Quizá se tratase de la conexión con Bin Laden. El libro atestigua que James Bath, el representante estadounidense de Salem, hermano de Osama Bin Laden, había invertido 50,000 dólares en Arbusto, la compañía petrolera del pequeño Bush. A la luz de los acontecimientos ocurridos tras la muerte de Jim, sospecho que ésa era la parte del libro que con más ahínco querían suprimir. Al leerla antes del 11 de septiembre de 2001, para cualquiera de nosotros, incluido Hatfield, aquella parte tenía un significado muy diferente del que tiene ahora.

Jim pensaba que podían salir a la luz más cosas cuando se relacionaban dos elementos de manera diferente a como se habían relacionado hasta entonces. Eso fue lo que ocurrió básicamente con el asunto de la cocaína. De cierto modo, uno podría haberlo leído entre líneas si hubiera tenido la capacidad de percibirlo.

Antes de que apareciera la información sobre el episodio de la cocaína de 1972, Jim decía que no entendía el periodo de la vida de George hijo cuando éste se puso a trabajar en un centro de ayuda social para jóvenes de barrios desfavorecidos. ¿Por qué un joven vividor, rico y hedonista interrumpió de repente su búsqueda del placer para ponerse a trabajar en un centro de ayuda social? Entonces, cuando Salon publicó la historia sobre la cocaína que en 1972 había sido eliminada de su historial con la condición de que prestara un servicio social, de pronto todo cobró sentido.

Jim sospechaba que había más escándalos de ese tipo escondidos entre las líneas de su libro. La historia de la familia Bush estaba tan ligada a crímenes, maniobras truculentas, actos encubiertos y asesinatos que seguramente había una multitud de hechos escabrosos que se ocultaban bajo cualquier información acerca de los acontecimientos de sus vidas.

Tales escándalos debían verse a la legua a ojos de aquéllos que los conocían y que sabían cómo encajaban entre sí los elementos dispares. Tan sólo quienes podían establecer relaciones entre esos acontecimientos podían haberse hecho una idea clara. Ésa era la teoría de Jim por aquel entonces. No sabía de qué se trataba, pero se figuraba que debía haber algo. Murió antes de imaginárselo. Hecho que me hace volver a las extrañas circunstancias de su muerte.

Los últimos misterios

Tras la rueda de prensa volví a casa, y Jim planeó quedarse unos días en Chicago donde vendría a buscarlo su esposa. El viaje a Chicago interrumpió nuestra correspondencia por correo electrónico, la cual no se reanudó inmediatamente ya que Jim se quedó en Chicago.

Más tarde volvimos a ponernos en contacto por correo electrónico, pero no con la misma frecuencia que antes. Tuvimos un par de conversaciones telefónicas en las que pareció aludir a algún problema, pero no habló realmente de ello.

Entonces un día recibí un mensaje de su esposa diciendo que Jim había sufrido una crisis y estaba en un programa de rehabilitación por alcoholismo. Me dijo que había intentado matarse a fuerza de beber. Pero ahora se encontraba mucho mejor, aunque no podía mandarme mensajes desde el hospital. Me tranquilizó la idea de que estaba recuperándose y esperé a que volviera a casa y pudiéramos reanudar nuestra correspondencia. Fue la primera vez que perdimos el contacto desde que comenzó nuestra relación.

Entonces, una mañana recibí un mensaje por correo electrónico que era, como muchos de los que recibo, un artículo de prensa. Pero esta artículo rezaba así: «El autor de la biografía de Bush se ha suicidado». Tardé un buen rato en darme cuenta de lo que estaba leyendo. Era tan irreal enfrentarse a la muerte de un amigo desde el frío punto de vista de una noticia de periódico. Pensé que se me paraba el corazón. No podía creerlo. Era el carácter irreversible y despiadado de la muerte. Ya no habría más oportunidades para ayudar a Jim.

Algunos de sus amigos intercambiamos mensajes por correo electrónico aquel fin de semana, y mientras compartíamos nuestro duelo conectados al ordenador, también compartíamos serias sospechas acerca de un montaje. Al primer artículo dando noticia de su muerte le siguieron otros donde se decía que el día anterior a su muerte había sido arrestado bajo un cargo de solicitud fraudulenta de una tarjeta de crédito.

Estos artículos decían que había sido acusado el 17 de julio por «identificación financiera fraudulenta», por intentar obtener una tarjeta de crédito en nombre de otra persona. La policía confiscó su ordenador y le dieron un plazo de 24 horas para ordenar sus asuntos y entregarse. En vez de entregarse, alquiló una habitación de hotel, tomó dos tipos de medicamentos bajo prescripción médica, se bebió la quinta parte de una botella de ginebra y murió.

Cómo él creía que su ordenador estaba siendo vigilado, me resultaba extremadamente sospechosa la denuncia de que Jim hubiese hecho una solicitud fraudulenta de tarjeta de crédito a través de su ordenador, tal como se dijo en los periódicos cuando informaron sobre su muerte.

No podía creerme que hubiera intentado hacer una escaramuza semejante utilizando el ordenador que él mismo me había dicho que estaba pinchado. No cuadraba con las cosas que sabía de él. Corría un riesgo demasiado grande de que lo cogieran. Tenía demasiado miedo de que lo arrestaran por violar la libertad condicional. Si lo hubieran arrestado por la más mínima infracción, lo habrían vuelto a poner en prisión. Sólo le quedaban 18 meses de libertad condicional. Quería a su mujer y a su hija Haley, que aún no había cumplido los dos años.

Le daba pánico la idea de que el comité responsable de su libertad condicional pudiera revocársela y mandarle de nuevo a la cárcel en Texas, donde creía que lo iban a matar. Podían hacer que pareciese un altercado entre presos y, de tal modo, desacreditarlo públicamente y eliminarlo al mismo tiempo.

En el periodo posterior a su muerte, una de sus amigas contó que Jim le había hablado de su miedo a que lo acusaran con cargos falsos, lo enviaran a la cárcel y lo mataran. Dijo que nunca les daría ese placer. No dejaría que lo cogieran vivo.

Más tarde me hice con los documentos policiales para intentar responder a algunas de estas preguntas por mi cuenta. Algunas preguntas obtuvieron su respuesta. Otras muchas siguen siendo un misterio.

Los documentos

El conjunto de documentos no deja apenas dudas de que se suicidó. Su esposa reconoció en las notas la letra de su marido. Los documentos sobre la acusación de fraude, en cambio, son un mínimo de pruebas circunstanciales para abrir un caso contra él. No excluyen la posibilidad de que existan dudas al respecto. El caso se basa principalmente en las acusaciones de un amigo y antiguo compañero de prisión, George Burt. Los documentos hacen mención de la condena de Jim por malversación de fondos, pero no hay mención alguna sobre el hecho de que Burt también era un recluso cuando él y Jim se conocieron.

El detective se puso en contacto con un tal P. J. Lenzi del MBNA, quien dice haber llamado a George Burt para verificar la solicitud. El informe dice que Lenzi encontraba la solicitud sospechosa, pero no da ningún motivo para semejante sospecha. Se trata de una omisión importante si estás intentando descartar la posibilidad de que todo sea un montaje para inculpar a alguien.

Mirando la pila de documentos experimenté mi propio docudrama personal. El lenguaje extraño y empobrecido de los informes policiales y el lenguaje medieval de los documentos legales te sumerge de golpe en un mundo extraño, sombrío y arcaico. La orden de arresto comienza: «Con la presente viene el ahora comisario Don Batchelder del Departamento de Policía de Bentonville y bajo juramento el susodicho declara:...»

El informe policial sobre los bienes confiscados de la oficina de Jim no muestra nada que lo implique inequívocamente en el crimen. Cogieron una hoja de una agenda donde aparecen la dirección y el número de teléfono de Burt, lo cual no es ninguna sorpresa ya que ambos participaban juntos en el proyecto de un par de libros. Hay una hoja de declaración de impuestos para Omega Publishing, la compañía de Jim y el nombre utilizado para la petición de la tarjeta de crédito.

Eso no prueba que fuese Jim y no Burt quien hizo la solicitud. Hay restos de una carta según la cual aparentemente recibió una tarjeta GetSmart Visa. Puede que ésa fuera la tarjeta en cuestión, pero puede existir una «duda razonable» al respecto. Todo esto no excluye el que hayan podido tenderle una trampa. Cuando te enfrentas al grupo Bush-CIA-Texas no se puede descartar nada por completo.

No se hace mención de que se encontrara nada en el ordenador confiscado, aunque era el primer objeto mencionado en la petición para la orden de registro. De todos modos, yo estaba mirando tan sólo unos documentos, no la exposición del caso en sí, que probablemente hubiera cubierto las lagunas existentes. Ya no tendría lugar juicio alguno, por supuesto, y Jim descansará... ya sea en paz o no. ¿Quién sabe? A lo mejor sí que intentó cometer el fraude a la desesperada, pero es difícil de imaginar.

Era verdaderamente sobrecogedor contemplar los documentos que rodeaban su muerte. Te hacían sentirte en el Days Inn con él, con la encargada del hotel que entró en la habitación aquella mañana y se lo encontró en la cama.

Se había registrado en el hotel a las 11:30 de la noche anterior y se había mostrado amistoso y bromista, según la señora que lo recibió; dijo que fue "«amable y que sonreía»"^^ y «daba conversación, sin mostrar señales de nerviosismo».

La encargada vio el cartel de «no molestar» durante mucho tiempo. Golpeó la puerta, llamó. Probó con la llave, pero estaba echado el pestillo. Cogió la llave maestra para el pestillo, pero se encontró con que la parte interior del picaporte seguía en su sitio. Llamó al gerente y al supervisor de planta y volvieron para entrar en el cuarto. Vieron el cuerpo de Jim, frío ya y rígido, en camiseta y calzonas. Llamaron a la policía.

Había un litro de ginebra Gordon’s y un litro de «zumo de frutas» Tropicana comprados esa misma noche. El recibo estaba allí sobre la mesita de noche.

La habitación estaba «fría, oscura y ordenada», según la mujer que lo encontró. Había llamado al gerente cuando vio que el pestillo y el picaporte no cedían. Se lo encontraron en la cama en camiseta y calzonas.

Bajo el brazo tenía una foto donde salía él y su mujer con su hija en brazos. Se puede ver que los dos estaban radiantes, sobre todo su mujer. Pero de manera extraña, la fotocopia tiene un nivel de contraste muy elevado y los rostros permanecen ocultos bajo sombras negras, hundidos en la oscuridad. Sin embargo se pueden discernir sus expresiones por las mejillas y las sienes intensamente iluminadas. El resplandor brilla de algún modo a través de las imágenes de baja definición.

Junto a él había también una pizarra de juguete Fisher-Price en la que había garabateado: «QUIERO A MI FAMILIA» seguido de una línea ondulante. Sabe Dios en qué nivel del juego escribió eso, en qué estaba pensando y cómo se sentía en ese momento. Hay una fotocopia de la pizarra con un rotulador prendido por una cuerda. Y había una serie de notas bien ordenadas que había dejado. Había dos en sobres separados para su mujer, con las indicaciones «ésta primero» y «segunda». Había también unas cuantas notas para sus amigos y amigos de su mujer. En una de ellas le daba las gracias a la pareja que le había presentado a su mujer.

Una de las cartas para su mujer era una explicación de cuatro páginas de por qué hacía lo que estaba haciendo, un profundo grito emotivo de amor desesperado hacia ella. Al leerla te golpea en la cabeza y te destroza el corazón al mismo tiempo. Es tan endemoniadamente difícil de comprender el hecho de que estuviera escribiendo la última carta a su mujer al mismo tiempo que estaba acabando con su vida. Es casi tan difícil de entender como entender los bombardeos suicidas del World Trade Center.

Y luego hay otras notas, pensamientos de último momento. Le indica a su esposa dónde oficiar el funeral, quiénes deberían participar y quiénes deberían llevar el ataúd. Le explica qué tarjetas de crédito debe utilizar. Dice que ella no será responsable de las que están a nombre de él. Le dice que le irá mejor sin él. Prefiere que su hija no tenga padre a que tenga uno del que sienta miedo o vergüenza. Le dice que es un hombre complejo y engañoso, «pero no hagas caso de lo que digan los demás, fui un buen hombre que se vio atrapado en circunstancias adversas».

«Todo irá bien, amor mío. Quería envejecer contigo y acompañar a nuestra hija hasta el altar, pero eso no va a ocurrir...»

«Amor mío, sabes que he intentado ser el mejor padre durante 21 meses y te quiero con ternura. Pero no hay otra salida. Ahora puedes ir con la cabeza alta en esta ciudad y echarme a mí las culpas de todo... Venga, cásate con un hombre que tenga algo de dinero y cría a mi hija con amor y seguridad... financiera... Siempre que sea bueno con mi Haley».

«Bueno, las lágrimas me están nublando la vista. Tengo que marcharme; tomarme las pastillas e irme».

«No voy a quejarme ni a sollozar. Yo mismo me he puesto en esta situación. Todo ha ido cuesta abajo desde octubre de 1999 y este día era mi destino...»

Es tan absurdo y desgarrador pensar en él escribiendo esas palabras tan tiernas y luego acometiendo su último acto, suicidarse. Debió permanecer tendido un rato despierto antes de que las drogas se apoderasen de él. Talvez fue entonces cuando escribió aquellas palabras en la pizarra. Qué extraño irse de ese modo.

Y sin embargo, la alternativa, volver a prisión, llevando la desgracia a su familia pero incapaz de liberarlas del fardo de su vida. Debió de ser terrible afrontar esa situación. Pero hay algo de valentía y coraje en actuar como lo hizo.

En cuanto a mí, quedo con una profunda pérdida personal, la pérdida de una amistad que pensé que continuaría y continuaría. Para el mundo, la pérdida de las buenas obras que podría haber escrito. También me sentía enfadado con él, por haberse quitado de en medio de una manera tan irrevocable. Y siempre quedarán las preguntas llenas de culpabilidad, si hice lo suficiente para ayudarle a salir adelante y aguantar ahí hasta ver el fruto de todo lo que hizo. Ver cómo su libro impactó al mundo entero, escribir otros libros que llevaba dentro, y ver a su hija crecer.

Tal como están las cosas, nos hemos quedado con una figura legendaria, un personaje trágico que se alzó de las profundidades tan sólo para ser arrojado de nuevo a ellas por el destino.


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David Cogwel