jueves, diciembre 22, 2005

¿Para qué sirve un intelectual?

Los pensadores Horacio González, Nicolás Casullo y Eduardo Grüner participaron del primer debate organizado por Ñ y la librería El Ateneo y que fue coordinado por el crítico Marcos Mayer. Allí, a través de un diálogo abierto y encendido con el público, analizaron el papel de los intelectuales en la sociedad y en la política contemporáneas.
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- Horacio González:- —La palabra intelectual carga una disconformidad, una falta de tranquilidad íntima. ¿Soy un intelectual? Esa es una pregunta, para mí, indispensable. Interrogación y angustia, dos palabras que forman parte del quehacer del intelectual. Para mí es insoportable cargar la expresión "intelectual" y ser portador de las supuestas identidades que debiéramos sostener. Evidentemente, la palabra tiene esa carga conflictiva. Para mí, la idea de lo intelectual es un conjunto de tensiones, de problemas irresolubles en el horizonte de la vida contemporánea. Pero al mismo tiempo es algo más que eso, es la posibilidad de que una persona pueda decir cuáles son esos núcleos irresueltos, esas llagas, las cuestiones que no harían al mundo más feliz o de no ser dichas, no harían al mundo más justo. Es un decir necesario por su condición de inesperado por ser algo que no estaba en los planes de nadie reflexionar de tal o cual manera y, si es necesario incomodar, hacerlo ya que el intelectual tendría la palabra dislocada, la capacidad de decir las cosas en términos fracturados, agónicos, o decirlo en términos de romperse en el acto de hablar.

- Eduardo Grüner:- —Por otro lado habría que definir la palabra político porque, como hubiera dicho algún griego del siglo V antes de Cristo "políticos somos todos". Un político, si aspira a estar en el poder, tiene que estar tomando decisiones permanentemente. El intelectual, por supuesto que también las toma pero con otros tiempos, toma decisiones respecto de las palabras que usa, de los conceptos con los que quiere trabajar, de las ideas malas o buenas que él mismo genera, y ésas son decisiones a más largo plazo, que tienen la ventaja por sobre el político en que no tienen un efecto inmediato.

- Nicolás Casullo:- —En ese sentido yo no me escuché ni escuché hablar sobre el tema Cromañón, por ejemplo. No he encontrado un pensamiento interesante sobre ese tema. ¿Hay algo diferente a esta especie de sentido común donde hay una ordalía que habla de un asesinato que en realidad no lo es? ¿Hay algún planteo intelectual que haya puesto en discusión crítica la atmósfera con que se está planteando el tema. Sartre ya hubiera salido al cruce a decir algo que no hubiese gustado con respecto a este facilismo con que nosotros permanentemente nos situamos en las problemáticas y nos planteamos que así son las cosas.

- Marcos Mayer: —Este parece un momento en el que todo se quiere pasar por el tamiz del sentido común. La senadora Cristina Kirchner dice que la Justicia tiene que manejarse con el sentido común y se supone que hay ciertas reflexiones o ciertos dichos que lo ponen en cuestión. ¿Cómo se puede hacer funcionar el contra-sentido común?

Casullo:- —¿Qué hay que decir? ¿Quién se atreve? ¿Qué candidato de la Capital Federal podría decir que no puede haber una agenda que analice el drama de Cromañón, situado en el dolor de las madres? ¿Que no puede haber un planteo político que solamente esté situado en ese lamento? Esa sería la función de un intelectual, de alguien que reconociendo el dolor, el drama, se plantea una lectura de que nadie es inocente en esta sociedad, todo el mundo calla, todos se dejan llevar por las alas del sentido común, y todos se plantean para donde sopla el viento. Entonces, el político y los medios lo tienen que hacer porque con lo único que pactan es con aquel sentido común que los va a ver. Ahí es donde yo vería la posibilidad de un planteo del intelectual, de una conciencia crítica que comenta la pesadez del mundo y tiene la posibilidad de decirlo en términos discutibles, provisorios, relativos y cuestionables. Porque la palabra del intelectual es la más frágil, ya que nos podrían decir: "¿Y vos quién sos para venir a decir esto?" La palabra del intelectual es valiosa por la fragilidad con que está planteada, es un poder que se esfuma de las manos. En ese sentido yo reivindico totalmente la figura del intelectual pero me apena sentir que muchas veces el intelectual no está a la altura de los acontecimientos.

- Mayer: —Creo que los pueblos no esperan nada de los intelectuales. Hay una carencia enorme de intelectualidad. El vacío que nos deja el escenario intelectual lo cubre la sabiduría del pobre. Esa, para mí, es una sabiduría no intelectual.

Grüner:- —Siempre les hago a mis alumnos el mismo chiste: si uno cayera en la visión ilustrada o iluminista del siglo XVIII de que la cuestión pasa por la educación de las masas, del soberano, la cosa sería mucho más fácil. Uno podría aprenderse de memoria las obras completas de Freud y pensar que con eso dejaría de ser un neurótico. Sabemos que no es así, que es bastante más complicado. Hace pocos días leí con estupefacción cómo un periódico hablaba de Romina Tejerina y la comparaba con el caso de otra chica, Olga, que mató al padre que la había violado. Se habló de Olga y se dijo: "El otro caso Tejerina". O sea, es lo mismo una chica que mata a su hija, producto de una violación, que la otra que mata al padre que la había violado. Son dos realidades absolutamente inconmensurables. Me niego a ponerlas en la misma bolsa. Si en todo caso hay un papel tímido, simplemente interrogativo, balbuceante y tartamudo, que el intelectual puede cumplir, es el de estar permanentemente llamando la atención sobre estas falsas identidades, sobre esta igualación de lo que nunca puede ser igual, y presentarlo como problema que a lo mejor no tenga solución. La responsabilidad de que no pase este tipo de barbaridades es de la sociedad en su conjunto. Y el intelectual, como el arte en otro terreno, puede decir que "aquí hay un problema. No sé cuál es la solución. No es fácil de resolver. Pero hay que planteárselo."

- Mayer: —¿Tienen algún modelo de intelectual al cual tengan en especial consideración? ¿No piensan que la función del intelectual no es sólo incordiar o cuestionar sino también ayudar a reflexionar. ¿Esa es su tarea?

González:- —En determinados momentos estamos a la altura de un legado intelectual, y por eso mismo, la palabra termina siendo molesta. En la época de Emile Zolá, se inventó esa palabra, porque entonces se hablaba como ideólogos de quienes querían señalar el profundo desajuste de ese término. Creo que todos ensayamos los modelos de "ir al pueblo". Ensayamos todos los que sean necesarios hasta descifrar ese enigma de querer ir al pueblo y, al mismo tiempo, sentirse un poco como Aníbal Troilo con su frase magnífica: "alguien dijo una vez que yo me fui de mi barrio", y él niega haberse ido del barrio, pero inmediatamente afirma que siempre está llegando. De modo que, en ese estar siempre, habiéndose ido, o en esa llegada, que es la del que estuvo siempre, está presente esta relación con el sentido común, siendo y no siendo parte de él, es decir, del plano en que los problemas ya están conversados. Eso me parece que son problemas de índole intelectual. Y no hay ningún intelectual que lo diga porque no es necesario ponerle ese título, y sin embargo son los problemas del ir hacia otra cosa, del ir al pueblo. Y eso significa ser otro, transformarse en otro, y penitenciarse por no haber estado desde el comienzo en un lugar donde siempre se está llegando.Yo no veo, en este momento, y lo digo con pena, que la vida intelectual argentina tenga suficientes motivos para enorgullecerse. Y la vida política argentina está muy desnutrida de lengua, de texto. Es a-textual. No digo que sea iletrada, es a-textual, es decir, no tiene textos capaces de interrogarse a sí mismos y nadie piensa en ellos en las escenas políticas. Entonces, eso exige menos el auxilio de ningún intelectual que una profunda autorreflexión del país en todos sus cuadros culturales y políticos. Porque, finalmente, si los gobiernos persisten sin texto, evidentemente no veremos momentos interesantes y satisfactorios desde el punto de vista de una sociedad que se conoce a sí misma en términos de rigor y también de profunda angustia.

- Mayer: —Pareciera haber un lugar en la sociedad, para el intelectual. ¿Cómo deciden ustedes postularse para ese lugar?

Casullo:- —Diría que hay una intervención que está más allá de los saberes específicos. Blanchotte define al intelectual como aquél que opina lo inopinable. Pero creo que esa intervención condena al intelectual y al mismo tiempo lo reclama. Es decir, es cierto que en la Argentina la figura del intelectual es una figura no muy apreciada, no muy querida, ni por la política, ni por los grandes líderes nacionales, ni por los grandes caudillos que atravesaron nuestra historia, ni tampoco por una sociedad modernizada y hecha a golpes muy duros de una constitución económica muy fuerte. Podríamos decir que el intelectual en la Argentina siempre estuvo un poco a la intemperie. No estuvo muy defendido, legitimado ni muy legalizado. Más allá de un saber, el opinólogo, como también se lo llama muchas veces al intelectual hoy, aparece en columnas hablando de uno y otro tema, es una presencia que a mí me resulta necesaria de ejercer, en cuanto a una crítica intelectual, y también necesario de leer. Yo, permanentemente, busco, frente a cada una de las circunstancias históricas, la opinión de los intelectuales. Que no son muchos, que son pocos, que son fallidos, que algunas veces se reiteran, pero que, evidentemente, me estarían dando como un lugar más distanciado de orientación o de argumentación. En ese sentido diría que es como un resto, un plus a una tarea que uno ejerce, ya más bien en términos profesionales, y que implica, básicamente, en la historia moderna, la escritura; la escritura como elemento central de intervención.

- Grüner:- —El problema no es la comprensión, sino la producción de algo diferente. Digo, comprender se pueden comprender muchas cosas; y hacer comparaciones, como hacer cuentas, como recurrir a juegos lógicos, son todas ellas maneras legítimas de entender, o al menos poder circunscribir y organizar mentalmente lo que está sucediendo. En una época, la militancia o la participación política era una vía de entrada para pensar problemas más complejamente, para acceder a libros en los que uno no había pensado o no había escuchado nombrar. Era una vía de entrada y en muchos casos, una vía de salida, porque uno sabía que eso tenía un límite y que en algún momento, también ésos te iban a decir: —bueno, vos sos un intelectual, dejanos a los que sabemos de política hacer la revolución o lo que correspondiera en cada momento. La Argentina tiene una historia de intelectuales de una máxima importancia. Hay una tradición de ensayismo crítico implacable, no concesivo, en la Argentina, que va de Sarmiento a Martínez Estrada, de Alberdi al grupo Contorno, de Echeverría a David Viñas, que es extraordinariamente rica. Porque, en otros países, los intelectuales son profesores universitarios. Quiero decir: sólo profesores universitarios. Acá, lo somos además. Ahora, ¿qué significa esto, que es una condición, para ser un intelectual, irse de la universidad? No, no es una condición, se puede perfectamente y hay muchas menos trabas de las que el sentido común, desde afuera, cree encontrar. Se puede perfectamente hacer ambas cosas, moverse en esa ambigüedad, en ese intersticio conflictivo y hacerlo. ¿Por qué tenemos que caer en la condescendencia en el fondo peyorativa, hacia ese pueblo, de decirle las cosas fáciles?

- González:- —Un texto mueve. Es movimiento en la conciencia de las personas o en lo que cada uno se forje como ilusión del vivir. Por eso leo a personas con las que no estoy de acuerdo y leo al periodismo en general, porque debe haber algo que, en algún momento, suponga la expresión deslumbrante o chocante, y siempre novedosa, inesperada. El caso de Cromañón, por ejemplo, que uno lee con angustia lo que se ha escrito porque, efectivamente, salir del encierro que significa considerarlo una masacre o meramente una tragedia, supone que había que buscar en otro lado. Y uno ve con pena que se busca poco en otro lado, y ese otro lado, quizás, no apareció. Es una reflexión sobre la condición de las víctimas y cómo se las constituye. Y veo que inevitablemente eso supone un hablar. Por supuesto un escribir, pero supone una oralidad, supone una fruición retórica, que probablemente tenga que ver con un placer, también, ¿no? Supone vincular política a retórica, y no decir que expulsamos la retórica de nuestra consideración sobre el sujeto. Facundo de Sarmiento es uno de esos textos, en eso hay un acuerdo generalizado. Creo que El escritor argentino y la tradición de Borges es otro de esos textos, y en eso hay un acuerdo generalizado. En los 80 Ricardo Piglia escribió su célebre novela Respiración artificial diciendo cosas parecidas, es decir, quién sería el que se animase a constituir ese texto. Ese texto se suponía que era un texto de la época, como se dice; es decir, lo que nos hace congéneres, lo que nos hace prójimos, y también lo que nos hace víctimas, o críticos de las ideologías victimistas, como sea. En ese sentido, yo veo una ausencia de texto. El Manifiesto Comunista, lo escribió alguien y resumió quizás su propia obra. Pero las frases encarnan de otra manera. Las frases tienen cierta calidad de sentencia, cierta calidad de flechazo, cierta carnalidad, digamos, cierta corporeidad, o como diría nuestro amigo Viñas, cierta respiración. Es absurdo definir la literatura por el cuerpo, pero cuando eso se aproxima, las frases pueden memorizarse, pueden decirse como refutación, y eso me parece que no hay. Percibo que en el gobierno no hay interés en esa búsqueda. Eso lo percibo con preocupación. Percibo que en la situación argentina eso no está. Y debería estar. Y la ausencia de eso, de ese talismán es grave. Es grave que no aparezca como debate.

Revista Ñ