viernes, enero 06, 2006

"Piercing", patadas y gritos de amor.

KATAYAMA KIOICHI

Apenas comenzaban a disiparse los efectos alucinatorios de la fiebre Harry Potter, cuando una nueva epidemia tomó por sorpresa a las librerías y las almas del País del Sol Naciente. Su agente propagador es KATAYAMA KIOICHI, un escritor de cuarenta y cinco años, practicamente desconocido hasta hace unos meses, a pesar de llevar ya una considerable trayectoria literaria a sus espaldas. El virus se llama SEKAI NO CHUSHIN DE AI O SAKEBU, “Gritar amor en el corazón del mundo”, y narra una tristísima historia de amor entre una pareja de estudiantes de instituto. Con esta obra se ha convertido de la noche a la mañana en el autor más leido en Japón, después de que un famoso personaje de la pantalla explicara en televisión que había leido el libro “de un tirón y sin parar de derramar lágrimas”. Lo del tirón, en cierto modo es comprensible, aunque sólo sea porque se trata de una novelita más bien corta y con las letras muy grandes. En cambio, lo de las lágrimas... Según las críticas menos favorables, “Gritar amor”, presenta (como no podía ser menos teniendo en cuenta el título), unas dosis tan condensadas de romanticismo y melodrama, que en ocasiones llega a rozar lo cómico. Para hacerle justicia, habría que aclarar que se trata de una novela destinada principalmente a los adolescentes. Sin embargo, basta entrar en alguna cafetería o, para el caso, en el metro de Tokio (se recomienda no hacerlo en la hora punta...), para darse cuenta de que gentes de todas las edades la andan leyendo. Por sus síntomas se reconocen y se hermanan entre ellos: ojos enrojecidos, narices acuosas, y un contínuo e intermitente trasiego de kleenex bajo las gafas. Ahora, eso sí, está claro que los que más y mejor la lloran son los jóvenes. Con el objeto de atraerse a este segmento del público, la industria japonesa del libro se ha embarcado desde comienzos de la presente década en una lucha a muerte contra los modernos medios de comunicación. Especialmente el manga, los videojuegos y las cada día más populares novelas telefónicas, que aparecen en brevísimas entregas diarias a través de la pantalla del móvil. Se podría ver, aunque quizá no la haya, alguna conexión entre este afán de acercarse como sea a las nuevas generaciones y el hecho de que las dos triunfadoras de la más reciente convocatoria del premio Akutagawa de novela, cuenten (aparte de con el innegable talento que se les supone), con 19 y 20 años, y un físico con el que podrían presentarse sin problemas a una hipotética edición nipona de Operación Triunfo. Al menos esa es la impresión que dieron Wataya Risa y Kanehara Hitomi durante la ceremonia de entrega del más prestigioso galardón de las letras niponas, celebrada en el mes de enero de este año. La primera, autora del libro Keritai Senaka (“La espalda que quisiera patear”) en plan chica moderna y mona, más bien tirando a clásica. Y la segunda, autora de Hebi ni piasu (“Piercing para serpientes”), moderna a secas, ataviada con una brevísima falda de cuero negro que demostró que este país sigue siendo el primero del mundo a la hora de hacer mínimo lo ya de por sí pequeño.



HEBI NI PIASU (Piercing para serpientes)

Kanehara Hitomi se ha declarado en más de una ocasión deudora de la controvertida novelista Eimi Yamada. Esta escritora, que durante la década anterior gozó de un enorme predicamento entre el público femenino, utiliza en sus libros un lenguaje deshinibido, cuando no procaz, y uno de los ingredientes fundamentales de sus novelas son los tórridos romances (de tinte autobiográfico), entre japonesitas y jóvenes de raza negra. De Yamada, según sus propias palabras, Kanehara Hitomi aprendió el arte de hablar sobre las relaciones de pareja. Aunque también se comenta que, más que la influencia de esta escritora, lo que ha marcado a la ganadora del Akutagawa es la huella de Murakami Ryu, escritor de culto dentro y fuera de Japón, cuya novela, “Coin Locker´s Baby”, constituye, según algunos críticos, un clarísimo antecedente de “Piercing para serpientes”. En ambas sería posible apreciar el mismo estilo ácido, experimental, extrañamente distanciado, con el que se va construyendo una historia de obsesiones (en este caso la de una joven que emulando a su amante se tatua, se llena de pendientes y se raja la lengua para hacerla bífida) en medio de una especie de realismo sucio a la japonesa. Murakami, con la mencionada novela y otras como “Topaz”, “Love and Peace”, etc, ha influido en gran manera a las nuevas generaciones de escritores.

Wataya Risa, autora de “La espalda que quisiera patear”, cuenta en una entrevista que decidió
KERITAI SENAKA. La espalda que quiero patear hacerse escritora después de leer (“más de una docena de veces”) “Kitchen”, de Banana Yoshimoto. Banana, que, al igual que Murakami Ryu, comenzó a escribir a durante los ochenta, comparte con Murakami el raro privilegio de seguir vigente en un país en el que los vientos literarios cambian tan deprisa que a Oe Kenzaburo, ganador del Nobel del año 94, se le considera ya entre los jóvenes poco menos que una antigualla. La calidad de Yoshimoto Banana, no estriba tanto en sus argumentos como en la magia de su prosa, en las reflexiones que la narradora se hace en medio de sus historias, en la delicadeza con la que cuenta los más anodinos detalles de las vidas de sus personajes. Su forma de narrar constituye una delicia en sí misma, cuya belleza, desafortunadamente, es difícil conservar cuando se vierte a otros idiomas. Para algunos la influencia de la autora de “Kitchen” en “La espalda que quisiera patear”, de Wataya Risa, es innegable. “La espalda” cuenta la historia de una estudiante frustrada, incapaz de comunicarse con el exterior, que fantasea con descargar su ira sobre la espalda de un compañero de clase que camina siempre delante de ella. Esto sería un pretexto para hablarnos del día a día de unos jóvenes que se sienten extrañamente ajenos al mundo en el que viven. Como flotando. En eso, al parecer, coinciden Wataya y Kanehara. En la ausencia de comunicación de sus personajes con el exterior y el interior de sí mismos, en medio de un universo plagado de máquinas que hacen posible contactar con cualquiera en segundos sin tener en cuenta distancias. Ambas escritoras reflejarían el aislamiento y la profunda indiferencia que les provocan las vidas de los “los otros”, esas sombras que las rodean cuando salen de compras. Sería interesante, en caso de ser ciertas algunas de las críticas que me he limitado a recoger en este artículo, preguntarle al viejo Oe Kenzaburo qué piensa de todo esto. Puede que refunfuñara, como ya lo hacía al referirse a la popularidad de Murakami y Yoshimoto Banana en la pasada década y al auge de la llamada J-Literature (la literatura pop japonesa). Kenzaburo es uno de esos raros intelectuales de raza que es capaz de dejar a un lado la literatura para dedicarse a desfacer entuertos allá donde los haya. Prueba de ello lo constituyen su apasionada defensa de los paises subdesarrollados, la ecología, la integración en la sociedad de los minusválidos psíquicos, la lucha contra la guerra y la discriminación racial, etc... Sería interesante preguntarle sobre la indiferencia, sí, pero, ¿quién iba a pararse a escucharlo en un mundo lleno de gritos, patadas y piercing? Tokio 5 de junio de 2004

por Antonio Luis Gómez