domingo, diciembre 18, 2005

Todos estos artistas sucumbieron al encanto de una mujer


Se llamaba Gisèle Freund y fue una de las fotógrafas más importantes del siglo XX. Perseguida por la Gestapo y acusada de comunista por McCarthy, falleció el 31 de marzo de 2000 de edad, en París, con 91 años. Ahora, una exposición recupera su azarosa vida y su trabajo.

Comprometida políticamente desde muy joven, Gisèle Freund hizo de su cámara un arma cargada de futuro. Fotógrafa peculiar y socióloga de la fotografía y las gentes, luchó no sólo por la dignidad de la mujer, sino por la de los seres humanos. Nadie se explica cómo fue capaz de retratar a tantos y tantos escritores y artistas como André Malraux, Bernard Shaw, Walter Benjamin, José Ortega y Gasset, Colette, Diego Rivera, Frida Kahlo, Vladimir Nabokov, André Breton y Paul Valéry, entre otros. También inmortalizó a Juan Domingo Perón y a su esposa, Evita, y fue considerada la retratista oficial del ya fallecido presidente de la República francesa François Miterrand.

Su revolucionario concepto de la fotografía chocó con dificultades de todo tipo, pero siempre salió triunfador. Definió sucinta y expresivamente lo esencial del retrato, su especialidad, en una frase: “No sé por qué los seres humanos se cubren los genitales cuando el rostro es lo más desnudo que tenemos”. Fue una amante entregada y sincera de la disciplina artística que cultivaba, aunque al final de su vida, dominada por un cierto y desolador escepticismo, sentenciara: “La fotografía es la total falsificación de la realidad”.

Gisèle Freund nació el 19 de noviembre de 1908 en el barrio berlinés de Schöneberg. Allí pasó sus primeros años. Allí acabó su bachillerato y por tan sobresaliente motivo su padre le regaló una cámara. Era una mítica Leica, que hacía poco se había comenzado a fabricar en serie.

Sus primeras fotografías impactantes datan de 1932. Las realizó durante las manifestaciones de los demócratas, el primero de mayo en Francfort, contra el incipiente nazismo alemán. Eran tiempos de crisis en todo el mundo. Bien reciente estaba el desplome financiero de la Bolsa de Nueva York y en muchos países de Europa, no sólo en Alemania, surgía la amenaza del fascismo. Gisèle captó esta situación con una sensibilidad y precisión envidiables. Estudiaba Sociología y estaba comprometida políticamente con los defensores de la democracia. En el año 33, Hitler tomó el poder. Cuando iba a ser detenida, alguien la avisó y huyó a París. Sobre este episodio recordaba décadas después: “París parecía un remanso de paz después de las semanas que acababa de vivir. Al parecer nadie tenía la menor idea de lo que estaba sucediendo en Alemania; nadie sabía nada de la brutalidad del nuevo régimen, de los campos de concentración, las persecuciones...”.

En 1935, conoció a Adrienne Monnier, propietaria de la librería La Maison des Amis des Livres, quien la ayudaría en su carrera. Fue Monnier quien le presentó a la mayoría de los intelectuales, sobre todo escritores, que atrapó en su objetivo. El primero fue Malraux.

Tras ultimar sus estudios en la Sorbona y presentar en i936 su tesis doctoral, La fotografía en Francia en el siglo XIX, publicada por Monnier, se dedicó casi compulsivamente a inmortalizar a los escritores del momento. En 1938 realizó sus primeros trabajos en color. Supo diferenciar entre las fotografías que fueron hechas por encargo, para asegurar su manutención, y las realizadas por mero interés personal, aunque en ningún momento esta distinción afectó a la calidad de sus trabajos. En ocasiones rechazaba lucrativos encargos ante el temor de condicionamientos o exigencias inaceptables. Su ética le impedía el retoque manual, antecedente de la sofisticada digitalización de hoy mediante la que se puede corregir la imagen.

Perseguida por la Gestapo. 1939, sus retratos de James Joyce adquirieron una gran fama. Uno de ellos fue portada de la revista Life, con motivo de la publicación de El despertar de Finnegan. Sin embargo, nuevos tambores de guerra volvieron a atormentar su espíritu pacífico y pacifista. Las tropas alemanas se encontraban cerca de París, y su nombre, subrayado en la lista de perseguidos por la Gestapo. Se refugió en un pueblecito francés del Lot llamado Saint Sozy.

Su frenética actividad fotográfica se tomó un descanso y sólo captó algunas instantáneas de los miembros de la familia que la acogió. Francia vivía momentos de angustia. Gisèle, perseguida por roja y por judía, no era ajena al temor que planeaba por Europa como una voraz ave de rapiña. Así, en 1942 decidió viajar a Argentina invitada por Victoria Ocampo, conocida y reconocida intelectual y fundadora de la revista y editorial Sur. Comienza así su segundo exilio. Allí permanecerá hasta poco después de finalizar la guerra.

Gisèle recordaba, entre nostálgica y divertida, unos años más tarde su llegada. “La primera impresión de un país o una ciudad siempre es decepcionante. Cuando llegué a Buenos Aires por mar, lo primero que vi fueron muelles interminables, hombres descargando camiones, cargueros humeantes... El funcionario de inmigración examinó mi documentación: ‘¿Es usted francesa y artista de profesión?’ y me miraba de un modo muy extraño mientras añadía: ‘¿Qué tipo de artista?’. ‘Fotógrafa, si no le importa’, le respondí. Sin apenas inmutarse, pero con un gesto muy explícito y un tanto malévolo, me espetó: ‘Será mejor cambiar el término; muchas francesas entran en el país como artistas, bueno, usted ya sabe, tienen una profesión, digamos, peculiar’”.

Después del final de la contienda, regresó a Francia para, posteriormente, viajar a Estados Unidos. En 1947, se integró en la conocida agencia fotográfica Magnum, del no menos conocido Robert Capa. De esa época data su reportaje sobre Eva Perón que, en 1950, publicó Life y que adquirió una enorme trascendencia. Klaus Honnef, biógrafo de la artista, lo relata así: “En el reportaje dedicado a ella, Evita Perón, esposa del carismático presidente argentino Juan Perón, se descubre a la cámara. La fotógrafa no pretendía formular una denuncia. El ángel de los pobres, como le gustaba ser llamada, se presenta en todo el esplendor de sus joyas, sombreros y vestidos. Así se solaza doblemente en el espejo de la belleza, en contraste con su encuentro semanal con los más desfavorecidos”.

Ese mismo año fue invitada a pronunciar varias conferencias en México. Viajó con la intención de permanecer allí durante dos semanas pero el país y sus gentes ejercieron tal magnetismo sobre ella que su estancia se prolongó hasta i952. Conoció y trató a artistas de la talla de Diego Rivera, Orozco y Siqueiros y, por supuesto, a Frida Kahlo. Sus fotos de Rivera son ensalzadas por su magnífico colorido y su calidad; en ellas, la imagen del pintor se funde con las figuras y las formas de una de sus pinturas en México ciudad.

Eva Perón (1919-1952). La mítica y populista Evita, casada con el dictador Juan Domingo Perón, fascinó a la fotógrafa: “Evita, el símbolo viviente: se asemeja a una aparición mágica, un ángel bajado del cielo. Evita es un hada, un hada política”.







Decepción.
De vuelta a Estados Unidos habría de sufrir una brutal decepción. Su nombre había aparecido en las listas negras de intelectuales, artistas y actores considerados comunistas por el senador estadounidense McCarthy, que ha pasado a la historia únicamente por esta obsesión anticomunista. Fue el episodio que se conoció como la caza de brujas, localizado fundamentalmente en los estudios cinematográficos de Hollywood. Robert Capa, ante tal circunstancia, y comportándose igual que muchos de los reaccionarios e insolidarios productores y dueños de los grandes estudios, despidió a la fotógrafa. Primó, claro está, el negocio.

Pero Gisèle no se arredró y siguió trabajando. Hizo fotos, publicó libros, pronunció conferencias y llegó a ser la autora del retrato oficial del presidente francés Miterrand en 1981. Recibió premios y galardones; fue admirada y ensalzada. Sus controvertidas opiniones sobre el mundo de la fotografía comenzaban a ser conocidas a través de sus libros y suscitaban críticas, en muchos casos nada benévolas, entre sus colegas. Freund se mostraba escéptica, como dice Honnef, ante la reivindicación de la categoría de arte por parte de la fotografía y creía que, si finalmente había conquistado ese territorio, se debía a una “confusión”.



Henri Matisse (1869-1954). Retrato de 1946, época en la que Freund se dedicó a plasmar pintores. Le encantó fotografiar a Matisse, por el que sentía auténtica veneración, no en vano ha sido considerado por muchos sectores intelectuales como el más grande.







Su credo se resumía en la siguiente fórmula: “Una fotografía nunca puede decir más de lo que ve el fotógrafo. El verdadero valor de una depende de la habilidad del fotógrafo para seleccionar, entre un cúmulo de detalles que llaman la atención y que confunden a la vez, aquellos que le parecen los más característicos. Los conocimientos técnicos no son decisivos, lo más importante es saber ver”. Murió el 31 de marzo del año 2000; con ella desapareció un concepto ético de la imagen. Sin ella, la historia de la fotografía no hubiera sido como es.

por Ignacio Maldini