martes, enero 03, 2006

Ser rubia es un estado de ánimo. No serlo, también.

En estos países como el nuestro, con esas pampas carentes de civilizaciones anteriores, en las que nunca un arado va a chocar contra un mármol, las rubias escasean. Escasear es formar parte de la aristocracia de lo poco. Sin embargo, en los países rubios ninguna mujer se tiñe para ingresar en la aristocracia de las morochas, lo cual prueba que las palabras que usted acaba de leer carecen de fundamento.

No es fácil escribir sobre una rubia, se mueve mucho. Pero hablar con una rubia puede ser fácil, aunque muchas veces no valga la pena. Me refiero a una rubia auténtica, no a las rubias teñidas. Las rubias teñidas son otra cosa, son diosas capaces de colocar el cielo de oro de las princesas sobre sus cabezas, como Dios había colocado sobre su piel de mucama los preciosos pómulos de la raza.

Toda contradicción es admirable, emana generalmente de una protesta. Cuando un bebito recién nacido larga su primer llanto nos hace escuchar la primera protesta de la nada ante la prepotencia de la vida. Cuando una mujer se tiñe el pelo, oculta bajo la tintura la protesta que la acumulación del agravio de los años y la memoria le han infligido.

No ser rubia es una actitud; serlo, también lo es. La grandeza del ser humano se manifiesta cuando no permite que su ahora sea igual a todos sus ahoras. Ser rubia teñida es un acontecer, es una forma de mirar el futuro con la nuca, es vengar a todas esas rubias boludas que merodearon en su pasado de boluda. Ser rubia teñida es recordar esa memoria de futuro de su antes, cuando recordaba cosas todavía no sucedidas y que ahora tampoco van a suceder. Pero lo importante no es el suceder sino el ser sucedida, dijo una vez una rubia llamada Mireya, sin saber que no basta con ser sucedida: hay que ser acontecida. El acontecer es obra de uno mismo, no obra de ese Dios que nos creó o fue creado por nosotros.

Cuando una morocha se tiñe de rubia, acontece. Inventa un sol extranjero en su pelo, genera un alba nada sigilosa, deja de estar, ahora es. Su mirar se hace pueril, pero el mirar de los que la miran parece el mirar de un profesor de estrellas o de un traductor de flores.

Las rubias no son para buscar, son para encontrar. Son también para olvidar. Como uno se olvida del aire quieto, a menos que ese aire sea movido por el viento y llene el velamen de los barcos y levante la vista de los hombres en las cubiertas y altere las cejas de los capitanes y, muchas veces, la historia. Olvidar a una rubia es más fácil que olvidar a una morocha y olvidarnos de olvidar a una rubia o a una morocha es el secreto de esos presocráticos que tenían todo el pasado por delante.

por Dalmiro Sáenz

Dalmiro Sáenz (1926) nació en Buenos Aires. Es escritor de novelas, cuentos, teatro y adaptaciones cinematográficas. Ha recibido numerosos premios, entre ellos, Premio Emecé, Premio Argentores, Premio Casa de las Américas y Faja de Honor de la S.A.D.E. (Sociedad Argentina de Escritores). Sus títulos más recientes son Yo te odio político, El depredador (en coautoría con Laura Elizalde) y Cómo ser escritor.

1 Comments:

Blogger iconoclasta said...

faaa, sinteticamente

A dalmiro le gustan las rubias, se ve que es una fijación.

Saludos,
Hernán.

9:33 a. m.  

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